Francis kohn
Aspirar a la humildad / Aceptar nuestra pobreza
En primer lugar, destacaré la importancia fundamental de la humildad en el itinerario espiritual de Pierre Goursat. Seguidamente, mostraré cómo estaba profundamente impregnado del “caminito” de la infancia espiritual de santa Teresa de Lisieux.
-I) Pierre Goursat y la humildad
En 1933 Pierre Goursat hizo una estancia en la Meseta d’Assy para ser tratado de la tuberculosis que padecía. Tenía 19 años y, por entonces, estaba dividido entre una fuerte llamada espiritual y el deseo de éxito humano. Un día, sintió fuertemente la presencia de su hermano Bernard, que había muerto a los 11 ans. Pierre contará más tarde: « Fue como si me dijese: «Ya no te acuerdas mucho de mí. Es porque te has dejado ganar por el orgullo ». Y añadía: « Me encontré de repente de rodillas a los pies de la cama y cuando me levanté, estaba completamente transformado»[1]. Esta toma de conciencia fue para Pierre el origen de su conversión, que orientó el resto de su existencia. Comprendió que todos sus deseos, sus ambiciones, sus proyectos, debían estar ordenados a Dios; y el camino de la humildad se impuso entonces a él como prioridad.
-1) Qué es la humildad y su importancia en la vida cristiana
Tras haber precisado lo que es la humildad y recordado que es la virtud cristiana por excelencia, trataré seguidamente de mostrar cómo Pierre Goursat colocó la humildad como prioridad en el corazón de su existencia.
La palabra “humildad” proviene del latin “humilis” que significa “pequeño”, “bajo”, “servil”. La humildad nos sitúa en la verdad con respecto a Dios, a nosotros mismos y a los demás.
Primeramente, situarse en la verdad ante Dios. La humildad nos permite reconocer y amar a Dios como Quien es la plenitud del ser y la infinita perfección del bien; nos permite comprender que Él es el “Santo”, el “Totalmente Otro”, que nos sobrepasa infinitamente. La humildad es, pués, la virtud por la cual Dios nos revela quién es Él y, por consecuencia, quién somos nosotros, lo que nos conduce a abajarnos ante él: « Los ojos orgullosos serán humillados, será doblegada la arrogancia humana; sólo el Señor será exaltado en aquel día» (Is 2, 11-12).
La humildad dimana, pués, de la aceptación de nuestra condición de criaturas y del reconocimiento de nuestra radical dependencia de Dios. Nada poseemos que no lo hayamos recibido de Él y existimos únicamente gracias a Él. La humildad aviva en nosotros el sentido de la transcendencia de Dios y acrecienta en nosotros el temor filial que nos conduce a la adoración: « Premio de la humildad, es el temor del Señor » (Prov 22, 4). Ella no implica únicamente nuestra inteligencia, sino también la adhesión del corazón, que se expresa a Dios por nuestro reconocimiento y gratitud.
En segundo lugar, la humildad nos sitúa en la verdad con respecto a nosotros mismos. Nos muestra lo que somos realmente y nos hace reconocer nuestros límites; pero, igualmente, nuestras cualidades y los dones que hemos recibido. Nos preserva del orgullo, de la ilusión de creernos “buenas personas” y que podemos elevarnos a Dios por nuestros propios esfuerzos. Nos permite progresar en una justa estima de nosotros mismos, sin desvalorizarnos o denigrarnos. Por último, la humildad nos sitúa de manera exacta con respecto a los demás. Nos permite ver el bien que hay en ellos, considerarles en su justo valor y ser capaces de admitir sus cualidades como son, sin tratar de compararnos con ellos: « No obréis por rivalidad ni ostentación, sino considerando a los demás, por la humildad, superiores a vosotros. » (Fil 2, 2-3).
La humildad nos abre a los demás y facilita la caridad y la comunión entre las personas: «Revestíos de sentimientos de bondad, de humildad » (Col 3, 12-13). Somos, así, incitados a imitar el movimiento de abajamiento de Jesús, el Hijo de Dios, que ha tomado nuestra humanidad, aceptando por amor ser humillado y dar su vida por nosotros en la Cruz (cf. Fil 2, 6-11). La humildad nos invita a dejarnos llevar por este movimiento de abajamiento, no sólo ante Dios, sino también ante nuestros hermanos.
Todos los santos consideran esencial la humildad. He aquí lo que dicen algunos. San Gregorio el Grande la presenta como « la maestra y madre de todas las virtudes ». Casiano dice: « La humildad es la maestra de todas las virtudes; el fundamento más sólido del edificio espiritual ». Para San Basilio, « el progreso del alma, es la humildad ». Y San Agustín afirma: « Nuestra verdadera perfección, es la humildad ». Ella permite en nosotros la acción divina, como precisa Santo Tomás de Aquino: « La humildad hace al hombre dócil y abierto a las exigencias de la gracia. Se vuelve así sumiso en todo a los designios de Dios, sean cuales sean ». San Bernardo afirma: « Sólo la humildad agrada a Dios ». Santa Teresa de Ávila añade: « Mientras andamos por esta tierra, nada nos es tan útil como la humildad ». El Cura de Ars expresaba de manera simple y gráfica su importancia en nuestra vida cristiana: « La humildad es a las demás virtudes, lo que la cadena al rosario. Retirad la cadena, y todos los granos se escapan. Retirad la humildad, y todas las virtudes se esfuman ».
-2) La humildad supone la aceptación de nuestra pobreza: «Somos unos pobres tipos»
Joven, Pierre era un apasionado de la historia y de la arqueología, se interesaba por las civilizaciones antiguas y su más preciado deseo era llegar a ser Conservador de museo. Renunció luego a estos proyectos para poner al Señor en el primer puesto en su vida. Comprendió lo poco que era ante Dios, pero que sus debilidades no eran un obstáculo para acoger el amor de Dios, que tiene una predilección especial por los pobres: « Levanta de su miseria al pobre » (Sal 107/106, 41). Esta toma de conciencia “revolucionó” toda su existencia, que se vio así radicalmente transformada: Pierre aceptó en ese momento sus debilidades y sus límites (su pobreza personal, la ausencia de fuerzas físicas…) Eligió la vía de la humildad: «Y, entendamos bien que lo esencial, es la humildad, es la pobreza, es la conciencia de la miseria propia »[2].
En la Biblia, el Señor dice: « Estoy con el hombre contrito y humillado » (Is 57, 15) y « En éste pondré mis ojos: en el pobre y el abatido » (Is 66, 2). Pierre Goursat buscó siempre abajarse ante Dios y desaparecer ante los demás: « El que se ensalza, será humillado y el que se humilla, será ensalzado» (Lc 18, 9-14). Pierre vivía intensamente la primera bienaventuranza, que resume todas las demás: « Bienaventurados los que tienen un alma de pobre » (Mt 5, 3). Tras haber meditado este versículo del profeta Isaías: « No temas, gusanito de Jacob » (Is 41, 14), Pierre repetía a sus hermanos de maisonnée: « Sí, soy un pobre gusanito, pero no temo». Ponía así en práctica la exhortación de san Pablo: « No os estiméis en más de lo que conviene» (Rm 12, 3). Pierre tenía, en efecto, una gran lucidez sobre sí mismo; se consideraba “un pobre tipo” y repetía a menudo a sus allegados: « Hasta que no se ha dado uno cuenta de que se es un pobre tipo, no se ha entendido nada».
Durante un retiro de la Fraternidad de Jesús, Pierre explicitaba su pensamiento: « Somos unos pobres tipos. Y cuanto más pobres tipos somos, más maravilloso es. Porque esto nos proporciona humildad, esto nos humilla, y sólo con humildad, como decía Silouan, se recibe Espíritu Santo. ¡Es extraordinario: verdaderamente, el Espíritu Santo…! Así es que, tratemos de tener humildad »[3].
San Pablo escribe: « Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza » (2 Co 8, 9). La pobreza, para Pierre, no era únicamente una actitud espiritual; ella se traducía muy concretamente en su vida. Era desinteresado, muy despegado de los bienes materiales, del dinero. Cuando era Secretario General de la Organización Católica Internacional del Cine (OCIC) francesa, se contentaba con un pequeño sueldo. Su modo de vida, de una gran sencillez, sorprendía a los visitantes que recibía en su apartamento o, más tarde, en la casa flotante de “la Péniche”. Vivía muy sobriamente y no poseía casi nada. Se mostraba muy generoso y daba lo poco que tenía. Un allegado que le había regalado un pullover nuevo, de abrigo, se asombró de que Pierre no lo llevara puesto; descubrió que se lo había dado a alguien que lo necesitaba.
-3) Llegar a ser humilde supone un largo aprendizaje
Pierre Goursat no ignoraba que la humildad es fruto de un largo aprendizaje y que sería presuntuoso quererla adquirir por sí mismo, sin contar con la acción de la gracia. Subrayaba que implica un largo aprendizaje: « Esto pide de vosotros un acto de humildad, es cierto. Es una cuestión de hábito. Como una segunda naturaleza. Y posteriormente se adquiere la costumbre. Y realizáis actos de humildad. A fuerza de realizar actos de humildad, así, poco a poco, obtendréis la humildad»[4].
Si la acción de la gracia divina se reflejaba en Pierre Goursat, particularmente al final de su vida, es porque siempre había combatido la tentación del orgullo. Suplicaba a Dios, durante el tiempo de oración, que lo transformase. Pierre, que tenía una fuerte personalidad y un espíritu muy independiente, sabía por experiencia que, desprenderse del amor propio y de la vanidad, renunciar al deseo de poder, exigen una ascesis permanente. Es, efectivamente, a través de todas las situaciones cotidianas como nos es dado el aprendizaje de la humildad: «Para adquirir la humildad, hace falta realizar actos de humildad, decía Pierre. Y realizar actos de humildad supone, a menudo, humillaciones. Nuestro amor propio recibe así un buen golpe… es bastante incómodo. ¡Por eso hay que comenzar con cosas pequeñas! »[5].
Adquirir la humildad supone aprender a aceptar las contrariedades, los fracasos y las contradicciones. Pierre daba ejemplos concretos: « Ciertos monjes del desierto se quejaban de que hacía mucho calor… y más tarde, de que los lirones eran ruidosos, “no nos dejan dormir…” Pero los Padres dicen: “Todo conviene a quien es humilde.” No oye a los lirones. Nunca le parece que hace demasiado calor. Todo está bien. Siempre está contento»[6].
Pierre tenía una fuerte personalidad, un espíritu independiente, particularmente desarrollado; el desapego de su amor propio, de la vanidad, la renuncia al deseo de poder, no le fueron fáciles; dio testimonio de ello en diversas ocasiones: « [El Señor] sigue amándonos a pesar de nuestras imperfecciones. E incluso si hemos metido la pata, pues… ¡mejor!, nos humillamos ante Él y lo remedia aún mucho mejor que si no hubiéramos pecado. Pero esto nos proporciona humildad. Lo importante es ser un pobre ante Él, de verdad. Pero… ¡siempre nuestro amor propio!: nos sentimos descontentos cuando hemos pecado. Pero, ¿sentimos pena, sobre todo, porque hemos apenado a Jesús? ¿O porque nuestro amor propio nos dice: “¡Oh, no!… ¡otra vez he caído!”? Finalmente, siempre estamos buscándonos a nosotros mismos»[7].
Pierre decía también: « Hemos pecado. Y he aquí que el amor propio hace su aparición: “¿Cómo es posible que alguien como yo, haya podido…? Oh! ¡Es horrible!”. Pero, enfin…¡así es!. Y volvemos de nuevo sobre lo mismo, mirándonos el ombligo, centrados en nuestro preciado yo. (…). Si cada vez que pecáis, ganáis en humildad – la humildad es la reina de las virtudes – en ese caso, ganáis siempre »[8].
Vivir en comunión con el Corazón de Jesús, decía Pierre, es el mejor camino para adquirir la humildad: « Verdaderamente, el camino del Señor es el de Jesús, manso y humilde de corazón »[9].
-4) La humildad es aceptar el lugar en el que Dios nos quiere
Pierre había comprendido que, para progresar en la vía de la santificación, la única posibilidad era aceptar depender totalmente del Señor y dejarse guiar por Él, con confianza. Retomando una palabra de santa Teresa de Ávila, decía a menudo: « La humildad es la verdad ». Lo más importante para Pierre era hacer la Voluntad de Dios: « Lo esencial, resaltaba, no es elegir nuestra ruta, sino seguir la ruta que el Señor nos indica... Es esto, la humildad. La humildad es la verdad. Vivir en la verdad, es seguir el camino que el Señor nos ofrece[10]. Y, añadía, también: Verdaderamente, el camino del Señor es el de Jesús, manso y humilde de corazón. Es un camino extraordinario. Si somos mansos y humildes de corazón, penetrará en nuestro corazón tranquilamente »[11].
Fue en este espíritu de humildad y obediencia a la voluntad del Señor, como, tras haberlo dudado mucho, Pierre aceptó la responsabilidad de la Comunidad. He aquí la explicación que Pierre daría más tarde: « Después de todo, es el Señor quien elige a un pobre tipo. Él sabe lo que hace. (…) Sí. Pensaba que, puesto que yo era pobre, era el Señor quien obraba. Y que yo era de tal manera un pobre tipo, que la gente se daría cuenta bien de que no era yo, sino el Señor quien obraba. Así que estaba bien tranquilo. Y por eso tomé plaza tras el rebaño. Y la gracia del Señor avanzaba más y más »[12]. Esta humildad de Pierre se manifestó especialmente cuando, en 1985, decidió dejar su puesto de Moderador, porque había sufrido un infarto y el Señor le había hecho comprender que debía “pasar la mano” para prepararse al cara a cara final con Él. Comenzó entonces para Pierre la última etapa de su vida, escondido totalmente en el silencio y la oración; etapa que vivió con una gran abnegación, en una relativa soledad.
-5) Su humildad en el ejercicio de gobierno: un hermano entre los hermanos
La sencillez de Pierre. Se comportaba como un hermano entre sus hermanos.
Una gran discreción y deseo de pasar desapercibido. Pierre tenía una autoridad natural, o más bien « sobrenatural »; pero no se comportaba como un « jefe » autoritario, como un « gurú », sino como un humilde « servidor ». Trataba de escuchar a sus hermanos y aceptaba cambiar de opinión, cuando, tras haber rezado, llegaba a la convicción de haberse equivocado.
Pierre no deseaba nunca destacar. Durante las sesiones de Paray-le-Monial o en los encuentros de la Renovación, a diferencia de la mayoría de los responsables de otras comunidades, no le agradaba subir al podio. Prefería permanecer discretamente al fondo de la sala. En las asambleas de oración, le gustaba quedarse a la entrada para saludar a la gente que llegaba.
Pierre sabía reconocer sus errores y pedir perdón cuando creía que había herido a alguien. Durante una sesión de Paray-le-Monial, subió al estrado y, ante una numerosa asamblea, pidió públicamente perdón a todos los que hubiera podido herir con su torpeza o sus palabras.
-6) una gran libertad interior: desapego del “qué dirán”
Relación con la humildad. Pierre tenía una gran distinción natural y, en su juventud, prestaba mucha atención a su manera de vestirse (en esa época, iba siempre muy elegante, un poco “dandy”). Más tarde, no se preocupará ya de su apariencia exterior. Numerosas personas relataban como, participando por primera vez en un grupo de oración o en una sesión de Paray-le-Monial, habían observado, sentado discretamente en un rincón, un hombre mayor, mal vestido, munido siempre de un pesado abrigo y de una bufanda de lana. ¡Cuál no fsería su sorpresa al descubrir más tarde que ese hombre que habían tomado por un pobre, un marginal, era en realidad el responsable del Emmanuel! Pierre Goursat se negaba, efectivamente, a ponerse de relieve, a destacar. No quería ser tratado como una persona importante, incluso cuando vino a ser responsable de la Comunidad y adquirió una cierta notoriedad en la Iglesia: « El que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,43).
Pierre Goursat estaba profundamente desapegado de la imagen que podía dar, del “qué dirán”, de lo que pudiera pensarse de él. No se tomaba a sí mismo en serio y no le gustaba que uno se tomara en serio. Y cuando tenía frente a sí personas un poco empingorotadas o demasiado preocupadas por su aspecto exterior, trataba de relajar el ambiente… ¡haciendo payasadas y gesticulando! Pierre practicó el humor toda su vida. Explicaba que esta palabra contiene a la vez “humildad” y “amor”. A diferencia de la ironía, que aumenta los defectos de los otros y puede herir, el humor suscita simpatía hacia los demás, porque expresa una cierta distancia, o hace broma de los acontecimientos o de uno mismo.
Pierre Goursat hizo prueba siempre de una gran libertad interior, no dudando en poner a sus hermanos en situaciones incómodas para ayudarles a no caer prisioneros de la mirada de los demás y a crecer en la libertad interior, que es un fruto de la humildad. Un verano, estando de vacaciones en “Les Genets”, una casa de la Comunidad en Aix-en-Provence, Pierre pidió a un hermano que lo acompañase a la ciudad a comprar unas alpargatas. Llegados al supermercado, con el pretexto de que estaba fatigado, ¡Pierre se instaló en un carrito y se dejó conducir a través de los pasillos como un niño en su cochecito, ante la gente atónita, mientras el hermano que le empujaba, rojo de confusión, trataba de pasar desapercibido…! Cuando salieron del supermercado, Pierre ¡como si nada, saltó del carrito, como un jovenzuelo en forma! El hermano testigo de este episodio, comprendió la importancia de permanecer simple en toda circunstancia y de no temer la mirada de los demás.
Pierre comía poco, pero como tenía pocas fuerzas, necesitaba picotear toda la jornada, estuviese donde estuviese. Su régimen alimenticio era sorprendente: principalmente yogures y biscotes con gouda, el queso que tanto le gustaba, con mermelada por encima. Como no conducía, en varias ocasiones tuve que llevarle a entrevistas con varios obispos. Una vez, mientras subíamos en el ascensor para ser recibidos por uno de ellos, Pierre continuaba mordisqueando su queso y degustando su yogurt. Cuando se abrió la puerta, tuvimos la sorpresa de encontrarnos directamente en el gran salón del obispo, presente para acogernos. Tranquilamente, sin aparente embarazo por la situación, Pierre guardó el queso y el yogurt en los bolsillos del abrigo y tendió la mano (¡un poco pegajosa!) a su anfitrión, para saludarlo.
Cuando era joven, Pierre había sufrido dificultades de elocución y, a diferencia de otros “líderes” de la Renovación, no era un orador que buscase brillar con discursos estructurados o empáticos. ¡Utilizaba términos simples, su pronunciación era difícil y su sintaxis, poco académica! Cuando intervenía en público, no dudaba en acentuar sus defectos, para mostrar bien que no era sino un instrumento en la obra que Dios realizaba a través de él. Se consideraba como un servidor, como un simple canal de la gracia de Dios, haciendo suya esta palabra de Jesús: « Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha prescrito, decid: “Somos siervos inútiles” » (Lc 17, 7-10).
-II) Humildad y confianza en Dios: el “caminito” de la infancia espiritual
Quisiera mostraros cómo la espiritualidad de Pierre Goursat se aparenta, en gran manera, a la doctrina espiritual de santa Teresita. Numerosos santos le eran familiares, pero se vio particularmente marcado por el « caminito » de santa Teresa del Niño Jesús, como lo atestan las numerosas ocasiones en que habló de él.[13].
Para ello, resumamos primero lo que ella vivió.
-1) Las etapas del “caminito” de santa Teresa de Lisieux
Para aquellos y aquellas de vosotros que descubrís a santa Teresa de Lisieux, voy a recordar primero las etapas de la búsqueda que la condujo a descubrir este « caminito ».
-1) Tenía una gran ambición espiritual: En su infancia, Teresa era emotiva, sensible y testaruda, y a veces tenía rabietas cuando no obtenía lo que deseaba. Fue sanada de su hipersensibilidad en la noche de Navidad de 1886, pero conservó siempre su tenacidad. Todo su recorrido espiritual parte de un deseo y se acompaña de una gran determinación: « ¡Siempre he deseado ser una santa! », escribe (Manuscrito C, 2v°).
-2) Era lúcida sobre ella misma, consciente de sus límites: Con gran realismo, añade enseguida: « pero, desgraciadamente, siempre he constatado, comparándome con los santos, que hay entre ellos y yo la diferencia entre una montaña cuya cumbre se pierde en los cielos, y el oscuro grano de arena pisoteado por los pies de los paseantes ». Cuando se compara a los grandes santos, como Teresa de Ávila, toma conciencia de que la santidad le es inaccesible. Ella se compara al minúsculo grano de arena que pasa desapercibido, frente a la cumbre de la montaña, que domina majestuosamente el horizonte. Dándose cuenta de que no podría jamás alcanzar su objetivo, Teresa de Lisieux habría podido quedarse en la constatación de este fracaso, y renunciar a sus deseos. Pero fueron más fuertes su amor por el Señor y su temperamento tenaz. Ella se persuade de que tiene que existir otro camino de santidad que corresponda a su vocación personal.
-3) No se desalienta y continúa buscando los medios para alcanzar sus deseos espirituales : Teresa no abandona, no se desalienta ; comprende que sus límites no constituyen un obstáculo insuperable: « En lugar de desanimarme, me dije: el Buen Dios no puede inspirar deseos irrealizables ». Y concluye su razonamiento con esta afirmación, plena de esperanza: «Puedo, por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad ».
Pero, ¿cómo llegar a ella? ¡Ciertamente, no “a fuerza de puños”!
-4) Se abandona con total confianza en brazos de Dios: Teresa busca entonces un caminito muy recto, muy corto, un “atajo” para llegar al cielo (fin 1894/inicio 1895). Pero, ¿qué hacer cuando se es débil y no se siente uno capaz de rivalizar con los grandes santos? Se da cuenta, entonces, de que: Crecer, es imposible. (…) Debo soportarme como soy, con todas mis imperfecciones. Habiendo aceptado su impotencia, moviliza todas sus capacidades para encontrar el medio adaptado a su pequeñez.
Cuando era niña, Teresa no conseguía subir los peldaños de la gran escalera de la casa familiar de Alençon y suplicaba a su mamá que la cogiese en brazos y la subiese al piso de arriba. Reflexionando en su convento de Lisieux, Teresa recuerda que, cuando tenía 14 años, había hecho una peregrinación a Roma con su familia, en el curso de la cual había pedido al papa León XIII la autorización para entrar en el Carmelo, a pesar de su juventud. Pasando por París, Teresa, que era una joven curiosa, atenta a las novedades de su época, quedó fascinada con las escaleras mecánicas y los ascensores que veía por primera vez en los grandes almacenes de la capital.
Y la joven religiosa se dijo, entonces: « Estamos en un siglo de invenciones; ya no vale la pena subir los peldaños de una escalera; en casa de los ricos, un ascensor la reemplaza ventajosamente ».Y aplica inmediatamente su descubrimiento a su deseo de subir “la escalera de la santidad”. Escribe: « Querría encontrar, también, un ascensor para elevarme hasta Jesús; porque soy demasiado pequeña para subir la ruda escalera de la perfección ».
Con ahínco, Teresa se pone entonces a consultar los libros santos de la Biblia, para encontrar la solución. Y « cayendo » sobre un pasaje de Isaías en el capítulo 66, escribe: Continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: « Como una madre consuela a su niño, así os consolaré; os portaré en mi seno y os acariciaré sobre mis rodillas » (cf. Is 66, 12-13). Pero, ¿cómo acurrucarse en brazos de Jesús cuando se es adulto? La respuesta de Teresa es simple: « Para ello, no necesito crecer; al contrario, tengo que permanecer pequeña, tengo que serlo cada vez más ».
Llega por fin a su objetivo y deja desbordar su alegría: ¡Ah…! ¡Jamás palabras más tiernas, más melodiosas, habían regocijado mi alma! ¡El ascensor que me alzará hasta el cielo, son vuestros brazos, oh Jesús! (Ms, 3r°). Teresa jubila como Jesús que, exultando de gozo bajo la acción del Espíritu santo, dice: « ¡Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado esto a los sabios y entendidos y habérselo revelado a los pequeños!» (Lc 10, 21-22).
Para Teresa, la conciencia de su pobreza y la confianza en Dios, están estrechamente ligadas. Su “caminito” se funda en la paradoja que san Pablo subraya en sus epístolas (2 Co 12,9 y Fil 4,13): cuanto más pequeños y débiles somos, mejor puede Dios desplegar en nosotros su poder. La aceptación de las propias debilidades, lejos de ser un obstáculo, un impedimento, puede, al contrario, convertirse en una oportunidad, si se las entregamos al Señor con toda confianza. Es una clave esencial para comprender el “caminito” de la infancia espiritual.
Teresa explicará que el “caminito” « consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad, y confiando hasta la audacia en su bondad de Padre »[14] (Novissima Verba 3-8-5b). El 17 de septembre de 1896, escribe a Sor Maria del Sagrado Corazón: « Lo que agrada al Buen Dios, es ver que amo mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia » (L7 197). Dice también: « Las luces sobre mi pobreza me hacen un bien más grande que las luces sobre Dios » (CJ 13-8).
Teresa del Niño Jesús nos propone un camino de santidad accesible a todos. Cuando Madre Inés le pregunta lo que desea enseñar a las almas, Teresa le responde, el 17 de julio de 1897, poco antes de su muerte: « El camino de la confianza y del abandono total».[15]
Para entrar en este proceso de abandono, es importante vivir plenamente “el instante presente”, que para santa Teresita tiene un valor único, irreemplazable. Es el momento en que Dios se revela, en el que ella pude amarle y amar a su prójimo. En una de sus cartas, escribe: « Un instante, es un tesoro » (LT 89). Al final de su vida, ya muy enferma, Teresa confía a Madre Inés, su priora: « Sufro un instante después del otro. Nos desanimamos y desesperamos, porque pensamos en el pasado y en el porvenir, » (Cuadernillo amarillo). Vivir el instante presente nos permite progresar en la unión con Dios y da un gusto nuevo a todo lo que hacemos.
-2) Influencia del “caminito” de santa Teresa en Pierre Goursat
Pierre se había apropiado el “caminito” de santa Teresa, cuyo fundamento es la humildad, y lo recomendaba a sus hermanos y hermanas de comunidad: « Co ella, pues, tenemos ya trazada una vía muy sencilla, cuando nos dice: “Amad al Buen Dios como yo le amo”; y entremos en este caminito de confianza y abandono»[16].
Pierre dio numerosas enseñanzas sobre la infancia espiritual. Decía: « Teresa del Niño Jesús (…) viene verdaderamente a enseñarnos este camino, un camino muy simple, para gente muy pequeña y débil, como nosotros (…). Somos pobres del Señor, en una época muy pobre »[17]. O también: « Sabéis bien que somos gente más bien débil (…). El Señor nos ha enviado justamente por eso a Teresa del Niño Jesús, que es profeta para nuestra época… »[18].
Pierre nació 17 años después de la muerte de Teresa de Lisieux. Tenía 10 años cuando fue canonizada el 17 de mayo de 1925; y 13 años cuando Pio XI -que consideraba a Santa Teresa de Lisieux como « la estrella de su pontificado » y « la mayor santa de los tiempos modernos »- la proclama « patrona principal de la misión universal, al igual que San Francisco Javier ».
La juventud de Pierre corresponde al periodo en que la doctrina espiritual de santa Teresita comienza a ser ampliamente conocida, gracias a la rápida difusión de Historia de un Alma. En esa época, Pierre acudía a menudo a casa de sus primos en Bretagne, y se sentía cercano a Marie-Hélène, tres años mayor, que, más tarde, será religiosa benedictina. Evocando sus recuerdos de juventud con Pierre, escribía ella en 1991, poco después de la muerte de éste: « Invitamos a Pierre y a su madre a venir a nuestra finca en Haut Sévigné, a 10 km de Rennes. Por aquel entonces conocí bien a Pierre y fraternizamos mucho. Uno de nuestros grandes temas de conversación, durante nuestros largos paseos, era Santa Teresa del Niño Jesús, de la cual se hablaba mucho por aquel entonces. Él no había tenido aún, sin embargo, su gran conversión »[19]. Era, pués, antes de 1933, Pierre no tenía aún 19 años.
Pierre Goursat tenía gran admiración por el cardenal Suhard, al que veía con regularidad cuando era arzobispo de París, y que fue su consejero espiritual entre 1943 y 1949. Cuando fue nombrado obispo de Bayeux y Lisieux en 1928, quiso poner su episcopado bajo la protección de Santa Teresa. En 1929, año en el que inició la construcción de la basílica de Lisieux, Monseñor Suhard le consagró su primera carta pastoral, que llevaba por título: Santa Teresa de Lisieux, modelo de vida cristiana y de apostolado. Él fue el precursor de dos grandes iniciativas misioneras, que quiso colocar bajo el patrocinio de Santa Teresa del Niño Jesús: la Misión de Francia, y la Misión de París.
El “caminito” de infancia de santa Teresa de Lisieux, marcó profundamente a Pierre. Como ella, tenía un gran deseo de santidad y la conciencia de su incapacidad para llegar por sí mismo. Trataba de vivir concretamente esta actitud de abandono que le condujo a consentir a lo que Dios le pedía, aunque no fuese lo que deseaba o se sintiera incapaz.
Pierre pensaba que el “caminito” de la infancia era la respuesta al jansenismo que había influenciado a su generación y que se caracterizaba por una concepción rígida, austera y dolorista de la fe: « Muchos de nosotros nos hemos visto afectados, marcados, por una herejía terrible del catolicismo, que se llama jansenismo. A pesar de haber sido condenada, se reaviva por todas partes. Se trata, una vez y otra, de ese aspecto intelectual del orgulloque nos hace creer que podemos llegar a ser héroes. Cuando, en realidad, debemos decirnos que somos sólo unos pobres tipos, y muy pequeños. Y la única que nos ha dado un antídoto contra esta herejía, es Teresa del Niño Jesús »[20].
¿Cuáles eran los frutos de la práctica del “caminito” en la vida de Pierre? ¿Cómo se traducía concretamente en su vida?
-1) La alegría, fruto de la humildad y de la confianza en Dios: « Somos felices porque somos amados. Amamos al Amor y somos transformados por el Amor »[21]. Pierre escribía también: « ¡Jesús me hace vivir! ¡Qué feliz soy!… ¡Qué feliz soy! ¡Ya no me pertenezco, lo he dado todo! »[22]. Con el testimonio de su vida, Pierre permitió a muchos redescubrir la alegría de ser cristianos: « El cristianismo es la alegría. Al margen de la alegría, no estamos en la verdad, porque no estamos en el amor »[23].
-2) Otro fruto de la humildad: la gratitud hacia Dios, que se traduce en la alabanza
Pierre Goursat recomendaba practicar la alabanza en toda circunstancia. En primer lugar cuando todo va bien, para continuar haciéndolo en los momentos más difíciles. Pierre había descubierto el poder de la alabanza en un encuentro internacional de la Renovación en Roma, en Pentecostés de 1975: « Comprendimos lo que era la alabanza. Se trataba de un pueblo en alabanza »[24]. Se convenció aún más de su importancia, visitando las comunidades carismáticas americanas durante el verano de 1976. Animó, entonces, a los miembros del Emmanuel a vivir esta alabanza gozosa en los grupos de oración; y cada mañana, en familia o en “maisonnée”. Alabar a Dios es manifestar su Señorío, su presencia activa en nuestras vidas: « La alabanza es el contacto con el Dios Vivo. Así que, ¡querría que estallásemos literalmente de gozo por ello! »[25]. Es, igualmente, una oración de intercesión que abre nuestro corazón a la misericordia.
La oración de alabanza nos permite también experimentar por anticipado la alegría del cielo: « Cuando somos muchos alabando, sentimos la gloria de Dios, a través de todos esos hermanos orando y alabando juntos al Señor. ¡Se creería uno ya en el Cielo! ¡Es maravilloso! »[26].
Pierre subrayaba el vínculo entre pequeñez y simplicidad: « [Teresa del Niño Jesús] nos dice: « Fijaos bien: no soy más que una pequeñina. No os compliquéis la vida. Seamos simples, y todo irá de maravilla »[27]. Pierre vivió este “caminito” de la infancia y eso impregnó profundamente a los miembros de la Comunidad, a los cuáles animaba a entrar igualmente en la escuela de Teresita, en perfecto acuerdo con el espíritu y la vocación de la Comunidad. Pierre explicaba, en efecto: « La vocación del Emmanuel, es «Dios con nosotros»; os lo he repetido más de una vez. Pero Dios con nosotros, es un pequeño, es un chiquitín. Así que, nosotros, si nos creemos grandes, tendremos un aspecto ridículo frente a Él, es evidente» Y concluía: « Amigos míos, seamos verdaderamente muy pequeños, muy pequeños… »[28].
Y los niños no se preocupan, porque confían en sus padres.
Para terminar, os invito a acoger esta otra palabra de Pierre: « Así que, humildad es… ¡cuando no os inquietáis! Verdaderamente, el humilde es el que no se inquieta, porque es como un niño; y sabe que tiene un Padre, que es Todopoderoso y que lo ama. ¡Dios lo es todo! es todopoderoso y me ama… Así que, ¡estamos tranquilos! » [29].
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[1] Testimonio de Pierre Goursat, julio 1986.
[2] Fin de semana de los primeros compromisos en Chevilly-la-Rue, 18-19 junio 1977.
[3] Retiro de la Fraternidad de Jesús, Paray-le-Monial, 31 diciembre 1979.
[4] Retiro de la Fraternidad de Jesús, Paray-le-Monial, 30 diciembre 1977.
[5] Fin de semana comunitario, 14-15 junio 1980.
[6] Fin de semana comunitario, 17 abril 1982.
[7] Fin de semana comunitario, 1º abril 1979.
[8] Retiro de « las tres semanas », enseñanza sobre la sexualidad, 26 septiembre 1976.
[9] Retiro de la Fraternidad de Jesús, 30 diciembre 1977.
[10] Fin de semana de los primeros compromisos en la Comunidad en Chevilly-Larue, 18-19 junio 1977.
[11] Retiro de la Fraternidad de Jesús, 30 diciembre 1977.
[12] Fin de semana comunitario en los Países Bajos, diciembre 1988.
[13] Pierre Goursat consagró un artículo de la revista Il est Vivant! A Santa Teresa del Niño Jesús y habló de ella en 20 enseñanzas, varias de las cuáles comentan su « caminito » y la ofrenda al Amor Misericordioso.
[14] Edición de Últimas Conversaciones publicada en 1927.
[15] cf. Novissima Verba, edición de Ultimas Conversaciones publicada en 1927.
[16] Fin de semana comunitario, 14-15 junio 1980.
[17] Retiro de las « tres semanas », enseñanza sobre la sexualidad, 26 septiembre 1976.
[18] Fin de semana comunitario, 17 avril 1982.
[19] Testimonio de Madre Scholastique (Marie-Hélène Goursat), 2 julio 1991.
[20] Primera sesión de verano de Paray-le-Monial, 16 julio 1975.
[21] Fin de semana comunitario, 20 septiembre 1981.
[22] Oración escrita por Pierre Goursat, sin fecha.
[23] Carta a una joven que Pierre acompañaba.
[24] Testimonio de Pierre Goursat, mayo 1977.
[25] Intervención durante el encuentro de Pentecostés en Lyon, 28-30 mayo 1977.
[26] Retiro de la Fraternidad de Jesús, Paray-le-Monial, 31 diciembre 1979.
[27] Retiro de la Fraternidad de Jesús, Paray-le-Monial, Pascua 1982.
[28] Jornada «Emmanuel» inter-asambleas de oración, Paris,13 mars 1976.
[29] Retiro de la Fraternidad de Jesús, Paray-le-Monial, 30 diciembre 1977.