Francis Kohn
Adorar para arder de amor: desear la salvación de las almas
En la enseñanza precedente, os he hablado de la importancia que tenía la oración para Pierre Goursat; en especial la adoración eucarística. En esta charla, que lleva por título « Adorar para arder de amor: desear la salvación de las almas », desarrollaré 5 puntos.
1) Adorar a Jesús, presente en el Santísimo Sacramento, para arder de amor
En la adoración ante el Santísimo Sacramento, Pierre alimentaba ese fuego del amor divino que abrasaba su corazón. Ardía, cuerpo y alma, con el deseo de ver a la caridad renovar la Iglesia y abrasar el mundo. Estaba convencido de que la renovación de la Iglesia implicaba la puesta en valor de la adoración eucarística. Decía:
« Esta adoración tiene, naturalmente, como fin honrar el Cuerpo y el Corazón de Cristo; pero, sobre todo, con el fin de que le pidamos que nos inflame de amor, para poder abrasar así a nuestros hermanos. La Iglesia se ha enfriado actualmente. La única manera de transformar, de revitalizar a la Iglesia, es el amor; y es el amor del Corazón de Jesús. Y esto se pide en la adoración y en la oración confiada »[1].
Muchos hermanos y hermanas de comunidad que conocieron a Pierre Goursat, señalan hasta qué punto estaba inflamado por la caridad divina. Cito algunos testimonios: « Ardía de caridad, de forma sobrenatural », « este amor ardiente de Dios, estaba omnipresente en la vida de Pierre », « tenía a Dios un amor ardiente », « su amor por Dios, se manifestaba por su capacidad para dejarse consumir por el Señor […]. Luchaba mucho contra la indiferencia ». Y transmitía este fuego a los demás, como lo precisa una hermana: « El amor de Dios lo consumía […]. Había en Pierre ese lado ardiente de amor, que se concretaba, en primer lugar, en la adoración […]. ¡Cuando hablaba, era fuego… e inflamaba! ».
Pierre no cesaba de exhortar a sus hermanos y hermanas de comunidad a arder de amor, a pedir al Señor « que nos abrase de Amor, que seamos consumidos por el amor, para poder abrasar, a su vez, a nuestros hermanos »[2]. Nos decía a menudo: « ¡Hace falta que esto arda! ». Afirmaba, también: «Es verdaderamente este fuego -fuego de amor- el que consume. Es un fuego que nos es dado. De manera que podemos así llegar a rezar sin dificultad, sin restricción ». Y proseguía, invitándonos a propagar un incendio de amor en el mundo: « Basta un lugar donde haya alguien que ame a Jesús, para que, enseguida, la gente se precipite allí […]. El hombre está hecho para arder. ¡Si prendéis cerillas por todas partes, veréis qué fuego vais a encender! Pero tened de verdad ese amor. ¡Adorad, adorad, adorad! »[3]. Y nos interpelaba de esta manera: « Es necesario que recéis diciendo, verdaderamente: “¡Inflámame, Señor, haz que arda; consúmeme con tu Amor, para que podamos incendiar la tierra!” »[4].
En la Biblia, el fuego es un símbolo de la presencia de Dios: « Nuestro Dios es un fuego devorador » (Hb 12, 29; cf. Dt 4, 24). Dios revela a Moisés su nombre -es decir, su identidad- en la “zarza ardiente”, que ardía sin consumirse (cf. Ex 3, 2-3). Refiriéndose a este episodio bíblico, Pierre Goursat decía: « Lo importante es decirnos que nos consumimos. O, mejor, que nos han prendido fuego y somos zarzas ardientes. Zarzas ardientes, que arden sin consumirse. ¡Tenemos todas las ventajas, ardemos, pero no nos consumimos! ¡El resultado es un calor asombroso, os lo aseguro! Porque, finalmente, es lo Jesús pedía: “He venido a prender fuego a la tierra, y ¡cuánto deseo que ya esté ardiendo!” (cf. Lc 12, 49). Ahora bien, podemos, perfectamente, prender un fuego de matorrales que se propagará, después, a todo el bosque. ¡El bosque entero, ardiendo…! Yo os aseguro que el Espíritu Santo nos transporta completamente a este amor del Señor »[5].
-2) La adoración atiza en nosotros el celo por la salvación de las almas
Se podría formular de otra manera: el celo por la “salvación de las almas” es el fruto directo de la adoración. La práctica asidua de la adoración, transforma progresivamente nuestro corazón y nos hace percibir de una manera nueva las necesidades de nuestros hermanos y hermanas en humanidad.
Hablar del celo por la “salvación de las almas” puede parecer anticuado, ¡de tal manera la expresión parece pasada de moda, hoy en día…! Y, sin embargo, como lo recuerda el Código de Derecho Canónico de la Iglesia Católica: « La salvación de las almas debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia ». En su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (8 diciembre 1975), Pablo VI recordaba que es necesario el anuncio explícito del mensaje evangélico « afín de que los hombres puedan creer y salvarse ». Precisaba claramente la razón: « Es la salvación de los hombres lo que está en causa » (n° 5). El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: « La Iglesia ora con la esperanza de que “todos los hombres lleguen a la salvación” (1 Tm 2, 4) »[6]. Dios quiere salvar a todos los hombres y nos llama a cooperar en esta obra de salvación. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, los santos se han visto habitados, devorados, por esta obsesión de la “salvación de las almas”.
Toda su vida, Pierre Goursat estuvo, él también, animado por este deseo de la “salvación de las almas”. Tenía una mirada esperanzadora sobre cada persona, especialmente sobre los más heridos, y les ayudaba a creer en un futuro mejor y a tomar distancia respecto a sus sufrimientos. Un hermano testifica: « Tenía una profunda esperanza en que el Señor salva a las almas […]. Pensaba que todo hombre puede salvarse, y lo mostró practicando la esperanza con las personas en gran dificultad. Decía: “Creo que no debemos desesperar de ellos” ».
Pierre fue muy influenciado por el Cardenal Suhard, -con el que se encontró regularmente a partir de 1943, cuando era arzobispo de París- y compartía con él el celo por la evangelización de Francia, ampliamente descristianizada. El Cardenal Suhard tenía una preocupación constante por la evangelización del pueblo parisino, como puede verse en sus numerosas intervenciones. Por ejemplo, en la homilía que pronunció en la catedral Notre-Dame de París, el 5 de diciembre de 1948 decía: « Salvar a las almas de París, tal es, hermanos, la primera tarea. De esta multitud, tendré que responder en el día del Juicio. ¿Comprendéis, pués, la angustia que experimento? Es una obsesión, una idea fija que no me abandona. Cuando recorro esos suburbios con sus fábricas grises, o las calles iluminadas del centro; cuando veo esa multitud, alternativamente, refinada o miserable, mi corazón se encoje dolorosamente »[7].
En noviembre de 1948, seis meses antes de su muerte, el Cardenal Suhard expresó a Pio XII su temor constante por la salvación de las almas de los habitantes de París y suburbios. El arzobispo de París dice al papa: « ¡Cinco millones de almas, Santo Padre…! ¡Cinco millones de almas! ». Pio XII responde: « ¿Y, yo…? ¡Qué debería decir! ¡Seiscientos millones! » Con el rostro grave, el arzobispo retoca: ¡Querréis decir, Santo Padre, dos mil millones! » […][8].
Este ardiente celo misionero que animaba al Cardenal Suhard, fue contagioso para Pierre Goursat, que ardera sin cesar, él también, con este fuego interior que lo empujará a orar día y noche por la salvación del mundo, y a consagrarse a la evangelización, en esta gran ciudad de París. Pierre evocará un encuentro con su obispo -determinante para él-, estando juntos en la basílica del Sagrado Corazón, que domina la ciudad de París. Pierre decía:
« [Es] el dinamismo del amor el que nos da esta alegría para obrar por la salvación de las almas. Estamos aquí para salvar almas y el Señor nos pedirá cuentas. Me acuerdo del anciano cardenal Suhard, que llegaba a París, en tiempo de guerra, en el momento de la ocupación, para ocupar su puesto. Subiendo al Sagrado Corazón, y viendo todo París a sus pies, decía –en aquella época había sólo tres millones [de habitantes]- : “¡Y decir que soy responsable de tres millones de almas… Que el Señor me pedirá cuentas de estos tres millones de almas…! ” Tenía un espíritu misionero; por eso creó la Misión de París y la Misión de Francia; estaba consumido por un amor misionero »[9].
Pierre Goursat experimentaba un gran dolor ante la idea de que las almas pudieran perderse, y a lo largo de sus largas velas nocturnas ante el Santísimo Sacramento, suplicaba a Dios, haciendo suya esta oración de Santo Domingo: «¿Qué va a ser, Señor, de los pecadores?». Pierre decía: « Deberíamos tener este corazón traspasado, que dijera sin cesar al Señor: “¡Por favor, salva al mundo!” »[10]. Escribía, igualmente: « Dios quiere comunicarnos, en lugar de nuestro corazón de piedra, son ardiente deseo de salvar a las almas »[11].
Pierre exhortaba así a los miembros de la Comunidad: « Tenemos que pedir al Señor, todos los días de nuestra vida, que ponga en nosotros este fuego ardiente por la conversión de los pecadores […]. Pidamos al Señor que nos haga arder de amor por nuestros hermanos, los pecadores »[12].
Ninguna aflicción humana dejaba indiferente a Pierre. De noche, oraba por todos los que se pierden, muy especialmente por el mundo de la prostitución. Os daré un ejemplo. Cuando yo estaba de párroco en la parroquia de la Trinidad de París, en 1988, recuperé un restaurante situado en la plaza Pigalle, que llamé “La Taberna del Cura”. Los clientes eran muy variados, y algunas personas del barrio, que se prostituían, venían también. Béatrice, que era responsable del servicio de tarde, había acogido a Sara -una persona musulmana que se prostituía, que venía habitualmente a cenar- y que le había confiado el infierno que vivía en la calle. Habiéndola citado un domingo por la tarde para conversar con ella, encontraron a Pierre ante la iglesia de la Trinidad. Béatrice le presentó a Sara. Pierre la tomó aparte y la escuchó largamente. No sabemos lo que Pierre le dijo; pero cuando Sara volvió junto a Béatrice, le confió estas palabras, con una gran emoción: « Es mi padre… me ama ». Y cuando, en 1991, Béatrice anunció a Sara el fallecimiento de Pierre, ella se echó a llorar, diciendo: « ¡He perdido a mi padre! ».
He aquí otro testimonio de un sacerdote francés que vivía en Japón. Relata este recuerdo que le impresionó profundamente, estando de vacaciones en casa de su hermano, en París. Dice:
« Volviendo un día tarde, hacia la medianoche, me detuve a la altura de la Péniche y, desde el pretil, observé una luz, la única, que brillaba en una habitación. ¡Y percibí entonces, de manera clara, la silueta de Pierre Goursat, arrodillado en oración! Era impactante en el más alto grado. París, agitado aún por los “animales nocturnos”, o durmiendo un sueño pesado… ¡y ahí, al borde del Sena, el Justo, el Santo de Dios, que reza por la Ciudad…! ¡Inolvidable! ».
Pierre decía: « Pedimos al Señor que haga que ardamos de amor por la conversión de nuestros hermanos. Tenemos que pedir todos los días de nuestra vida al Señor, a partir de ahora, que nos dé ese fuego ardiente por la conversión de los pecadores. Y es evidente que el sufrimiento mayor de Jesús en su agonía, no son todos los sufrimientos físicos que podía experimentar, que debían ser, sin embargo, terribles; era, sobre todo, el preguntarse: “¿No será inútil mi sacrificio para todos aquellos que no querrán aceptar el Amor? Y si realmente rechazan el Amor, nada se puede, porque ellos se oponen”. Es comprensible, así, que haya personas que, sintiendo hasta qué punto, con su martirio, pueden salvar a las almas, experimenten un gozo sobrenatural, concedido por Dios, por la caridad […]. Santo Domingo pasaba las noches diciendo: “¿Qué va a ser, Señor, de los pecadores?” Suplicaba sin descanso. A tal punto, de hecho, que esto facilita mucho la oración; porque en lugar de dormirnos o de permanecer en la aridez, cuando veis que la gente sufre, desaparece la sequedad. Y Decís: “¡Señor, Señor… ten piedad, ten piedad…! ¡Te pido que me ayudes a sufrir por ellos! ». Pierre añadía: « Acoge, en tu amor, mis pequeños sacrificios; transfórmales, por tu fuerza, para convertir a estos pecadores” »[13].
-3) Hacer “pequeños sacrificios” por amor, para salvar a las almas
Pierre Goursat nos invitaba a ofrecer las pruebas, las humillaciones, las contrariedades, los disgustos, para salvar a las almas; ya que esos pequeños sacrificios favorecen la unión con Dios y alimentan en nosotros el fuego del amor. La motivación de los mismos, es el deseo de la salvación de las almas, y con ellos se acrecienta ese deseo, inflamándonos de amor por ellas. Pierre decía:
« ¡Tenemos que pedir, de verdad, este gozo del amor y de este fuego! Y ser antorchas vivas. ¿Qué podemos hacer, entonces? Por más que digamos: “¡Señor, quiero arder, arder contigo!”, no es sino sentimiento. En el terreno práctico, no tenemos más que volvernos hacia Teresa del Niño Jesús y ver lo que ella nos dice: “Gracias a los pequeños sacrificios que he hecho por el Señor, seré tan bien recibida” »[14].
En la enseñanza sobre la humildad y la pobreza de corazón, os he mostrado cómo Pierre Goursat se había apropiado y hecho suyo el “caminito” de Santa Teresa de Lisieux. Lo mismo sucede respecto a lo que trató de vivir y expresó a propósito de este celo por la salvación de las almas, que le animaba y le empujaba a hacer “pequeños sacrificios”.
Querría subrayar esta convergencia, poniendo en perspectiva, en paralelo, las palabras de Pierre con las de Santa Teresa del Niño Jesús, que ardía en el fuego del amor de Dios. Escribía ella en sus Manuscritos Autobiográficos: «Le pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a Él, que sea Él quien viva y obre en mí… pues un alma abrasada de amor no puede permanecer inactiva » (Ms C, 36r°).
Para comprender mejor la trayectoria de Santa Teresa, evocaré algunos hechos decisivos para ella, antes de su entrada en el Carmelo. En la Navidad de 1886, recibió una gracia muy grande de sanación interior que despertó en ella un gran deseo de salvar a las almas. Escribirá más tarde: « Hizo de mí un pescador de almas, sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores… Sentí la caridad entrar en mi corazón, la necesidad de olvidarme… ¡desde entonces, fui dichosa!… » (Ms A, 45v°). En julio de 1887, Teresa se estremece leyendo esta frase: “Tengo sed, sed de almas”, en la imagen de Jesús crucificado que sobrepasa de su misal.
Decide, entonces, mantenerse al pie de la Cruz para recoger, en provecho de los pecadores, la sangre derramada por Cristo. Explica ella: « Así, el grito de Jesús en la Cruz, resonaba continuamente en mi corazón “¡Tengo sed…!”. Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y muy vivo… Me sentía devorada por la sed de almas » (Ms A, 45v).
Evocando este pasaje, Pierre decía:
« Hay una gozo tan grande en salvar a las almas, que se aceptan los sufrimientos. Y, por otro lado, hay un sufrimiento tan grande en pensar que las almas se pierden, que están a punto de perderse, que el resto de los sufrimientos no es nada a su lado. El amor es de esta naturaleza »[15].
Pierre Goursat fue profundamente impresionado por el hecho de que Teresa hubiera rezado y multiplicado los sacrificios por el criminal Henri Pranzini -condenado a muerte-, a fin de que manifestase un signo de arrepentimiento antes de ser ejecutado (cf. Ms A, 45v°). Teresa tenía entonces 14 años. Cuando comprendió que su oración había sido acogida favorablemente por Dios, decidió entrar al Carmelo: « Después de esta gracia única, escribe, mi deseo de salvar a las almas crecía cada día » (Ms A, 46v°). La audacia de Teresita incitó a Pierre Goursat, siendo estudiante de la Escuela Práctica de Estudios Superiores, a orar por la conversión de su profesor de civilización celta, que era judío. Diez años más tarde, Pierre descubrirá que ha sido escuchado.
Al final de su vida, Santa Teresa del Niño Jesús sufrió mucho físicamente, pero también moral y espiritualmente, pues vivió una noche de la fe e hizo la experiencia de sentarse a la mesa de los pecadores, como ella misma escribe. Evocando lo que Teresa decía entonces: « ¡Es terrible lo que sufro!», Pierre destacaba: « Pero, ¡se sentía tan dichosa de poder salvar a las almas…! Tenía verdaderamente en su interior el fuego del amor. Así que, lo que deberíamos pedir, es este fuego del amor; un fuego infinitamente más grande que los sufrimientos»[16].
Pierre intercedía sin cesar por los pecadores y nos invitaba a hacer lo mismo, diciéndole al Señor: « Te pido que me ayudes a sufrir por ellos. Mis pequeños sacrificios, acógelos en tu amor, para que estos pecadores se conviertan. Tenemos que pedir al Señor, todos los días de nuestra vida, que nos dé este fuego ardiente por la conversión de los pecadores »[17].
Pierre Goursat no soportaba el dolorismo, y, como Santa Teresa del Niño Jesús, afirmaba que, lo que cuenta, no es la ascesis y el esfuerzo que hacemos, sino la intención y la intensidad del amor que ponemos en esos “pequeños sacrificios”. Cito de nuevo a Pierre Goursat: « Como dice Teresa del Niño Jesús, todo lo que se hace por amor se vuelve amor. Y no son los servicios que prestamos los que subsisten realmente en el corazón del Señor, es el amor con que los hacemos»[18]. Añadía: « Porque esos pequeños sacrificios son sacrificios de amor y el amor lo transforma todo. Lo que cuenta, no son las cosas que se hacen, es el amor con que se hacen »[19].
Pierre ponía ejemplos. Antes de dormirnos, podemos rezar así: « Señor, durante esta noche en la que voy a estar bien calentito en mi cama, te pido por todos aquellos a los que se les han retirado todas las mantas, la ropa, y están obligados a acostarse sobre una losa húmeda en el frío de un calabozo. Haz que no sufran demasiado y dales fortaleza »[20].
Pierre nos invitaba con realismo a no pretender actos heroicos, sino a buscar los sacrificios más simples, los más insignificantes en apariencia. Afirmaba: « Como dice Teresa del Niño Jesús: “Yo empecé con pequeños sacrificios”. Realmente, sacrificios bien pequeñitos. Los más pequeños que encontréis. Si encontráis uno grueso, decid: “¡Ah, no… éste es aún demasiado grande!”. Seguís buscando, pués, y os decís: “No, éste es aún demasiado grande”. Coged los más pequeños. ¡Y lo más pequeño de lo pequeño, no es pesado! »[21]. Añadía:
« [Teresa] decía: “Tenemos que hacer sacrificios”. Pero cuando se hacen sacrificios, podemos decir: “Sí, Señor…, pero yo… yo no puedo; y además me pone en tensión, me fatiga”. Y ella dice: “Pues bien… ¡yo hago sacrificios bien pequeñitos! Son sacrificios muy pequeños: recojo un alfiler, recojo un papel del suelo”. Porque al fin, si hacemos esto por amor, es amor. Es la intención lo que cuenta. Y, por otra parte, esos pequeños sacrificios nos ponen en presencia de Dios. Todos esos pequeños sacrificios nos adaptan al amor y a la atención al Señor […]. Es una cuestión de hábito. Cuando se comienza a hacer sacrificios, se continúa haciendo sacrificios. Sobre todo si se hacen por amor »[22].
Santa Teresa de Lisieux, en el claustro, se obligaba a caminar a la intención de un misionero. Tenía en su comunidad una hermana a la que no podía soportar. En vez de manifestarle su irritación, decidió abordarla siempre con una gran sonrisa, hasta el punto de que esta religiosa pensaba que Teresa era su mejor amiga. Pierre Goursat nos recordaba que la vida comunitaria es un lugar privilegiado para ejercitarse en los “pequeños sacrificios”. Decía: « En los servicios, hagamos lo que hagamos, digamos: “Señor Jesús, te ofrezco esto por los enfermos graves, por los torturados, por toda la gente desesperada”. Y hay, entonces, una inmensidad de amor que se propaga por el mundo »[23].
Algunos podrían pensar que esta espiritualidad es simplona y anacrónica, que no corresponde a nuestra época. Pierre recordaba su importancia y actualidad, y destacaba que supone por nuestra parte un espíritu de infancia y mucha sencillez. Explicaba:
« Decimos: “¡Oh, hacer sacrificios no sirve para nada, es ridículo! ¡Son los niños los que hacen pequeños sacrificios!”. Pero tenemos que tomar muy en serio estos sacrificios que hacen los niños, porque les conducen con frecuencia a la santidad. Así es que debemos entrar en esta escuela de sencillez y de oración y de pequeños sacrificios »[24].
-4) Ofrecer nuestros sufrimientos unidos a Jesús en la Cruz
En su infancia, Pierre Goursat tenía « un miedo horrible a la cruz » y no soportaba la vista de la sangre. Cuando iba a recogerse a la iglesia Saint-Philippe du Roule, le gustaba rezar en la capilla dedicada al Corazón de Jesús, que encontraba radiante y luminoso, y donde encontraba la paz.[25]. Más tarde, tendría, sin embargo, un gran amor a Jesús crucificado. Explicaba que adorar a Jesús presente en el Santísimo Sacramento nos permite unirnos a Cristo sufriente y nos lleva a compadecernos de todos los que, hoy día, en el mundo, sufren en el plano físico, moral o espiritual. La compasión que tenemos por Jesús, nos aporta la compasión hacia los otros.
Cuando Pierre nos hablaba de la pasión de Jesús, nos hacía sentir el amor que tenía por él. Decía: « Tenemos que estar junto al Señor que sufre como se está al lado de alguien enfermo. Hay que cogerle la mano, amarle. No hay nada que decir ».
Unido a Cristo sufriendo en la cruz, Pierre Goursat contemplaba su Corazón traspasado. Cuando oraba en su cama, con el gran crucifijo sobre el cual estaba representado en relieve el Corazón de Jesús con llamas brotando de él, lo contemplaba intensamente y lo besaba. Una hermana de comunidad, narra este hecho: « Un día, en la Péniche, llamé a la puerta de Pierre y creí que me había dicho que entrara. Pero en realidad, estaba orando… besaba la Cruz, también los iconos… ¡Era verdaderamente conmovedor! Podía sentirse que estaba captado por el fuego del amor de Dios ».
En 1986, el día de Viernes Santo, Pierre Goursat participó en el Viacrucis de la Péniche. Como estaba enfermo, un diácono de la Comunidad debía aportarle la comunión. Después de comulgar en su habitación, Pierre continuaba contemplando el Viacrucis. No paraba de decir: « ¡Has visto cómo ha sufrido Jesús… cómo ha sufrido Jesús! ».
Hablando de Santa Catalina de Siena que «estaba devorada, consumida por el amor de Dios », Pierre comentaba así lo que Jesús le había dicho en el Diálogo (cf. capítulo LXXVIII):
« Yo tenía una única idea, llegar a la Cruz. Sufría de tal manera por la sed de almas, que la Cruz era para mí un consuelo.». Y Pierre añadía: « Jesús en la Cruz, estaba a la vez dichoso y sufriente: sufría llevando la cruz corporal y la cruz del deseo de la salvación de las almas. »[26]. Lo que Pierre explicaba, forma parte de lo que afirma San Pablo: «Me alegro por los sufrimientos que soporto por vosotros, así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia. » (Col 1, 24).
Debemos comprender bien el sentido de estas palabras. No es el sufrimiento que Jesús ha soportado en la Cruz, lo que nos salva, sino el amor que ha manifestado por nosotros para salvarnos. No se trata, pués, de exaltar el sufrimiento como tal, sino de comprender el sentido que Jesús le da. El sufrimiento es siempre inaceptable, porque es un mal. Jesús no ha venido a « eliminar» el sufrimiento, sino a « iluminarlo » con su presencia y a ayudarnos a llevarlo.
Pierre subrayaba que el sufrimiento es más ligero si lo vivimos unidos a Jesús. Afirmaba: « Cuando estamos muy cerca de Jesús, no nos damos cuenta de que sufrimos, porque estamos con él en la cruz »[27]. Estas palabras pueden sorprendernos, sabiendo que Pierre Goursat era jovial. Insistía en aclarar: « Cuando se habla de compasión, se teme siempre un poco el dolorismo […]. Se puede soportar la cruz, pero con alegría. La alegría es dolorosa, pero es alegría […]. Está la cruz, y esta alegría; pero también una evangelización que se realiza al mismo tiempo […]. Es, así, muy dinamizador, para los unos y los otros »[28].
En julio de 1986, Pierre anunció a los miembros de la Comunidad el nacimiento de una nueva fundación – muy importante para él – cuyo objetivo era ayudar a las personas enfermas o discapacitadas a vivir sus sufrimientos, ofreciéndolos a Dios. Explicaba que había querido llamarla la “Cruz gloriosa”, para no quedarse en la vertiente dolorosa de la cruz, sino para volverse con resolución hacia Jesús Resucitado, glorioso junto a su Padre[29].
Llego a la quinta y última parte.
-5) El acto de ofrenda al Amor Misericordioso de Teresita
San Pablo escribe: « Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor » (Ef 5, 2). Y el Catecismo de la Iglesia Católica, dice: « El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz, en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación; pero uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios » (n° 2100).
Ofrecer a Dios pequeños sacrificios por amor y ofrecer nuestros sufrimientos unidos a Jesús en la Cruz, nos conduce hacia otra etapa, más profunda, que consiste a ofrecer a Dios nuestra persona, afín de participar en su obra de redención. Pero podemos tener miedo de ello, sentirnos incapaces. Por eso, Pierre comentaba a menudo en sus enseñanzas este acontecimiento importante de la vida de Santa Teresa, dos años antes de su muerte, que constituye la plenitud de su « caminito » y el culmen de su itinerario espiritual. El 9 de junio de 1895, durante la misa del Domingo de la Trinidad, la joven carmelita de Lisieux recibe la inspiración de ofrecerse al Amor Misericordioso. Y dos días más tarde, el 11 de junio, realiza su acto de ofrenda a Dios. Es una novedad total en el contexto espiritual de finales del siglo XIX, marcado por el rigorismo jansenista. En ciertos monasterios, algunos se ofrecían por entonces a la Justicia de Dios, como víctimas de reparación por los pecados del mundo.
Teresa explica por qué no quiso ofrecerse como víctima a la Justicia divina, sino al Amor Misericordioso. Escribe en sus manuscritos autobiográficos: « Esta ofrenda me parecía grande y generosa, pero yo me sentía en absoluto llamada a hacerla. ¡Oh, Dios mío!, -exclamaba desde el fondo de mi corazón- ¿no será sino vuestra Justicia la que reciba almas, inmolándose como víctimas?... ¿Vuestro Amor Misericordioso, no las necesita igualmente? Si vuestra Justicia desea descargarse, ella que sólo se extiende sobre la tierra, cuánto más vuestro Amor Misericordioso desea abrazar a las almas, puesto que vuestra misericordia se eleva hasta los cielos… (Ms B, 4r°).
Pierre Goursat comentó este pasaje y sacó la siguiente enseñanza espiritual: « Teresa del Niño Jesús dice: “Me ofrezco como víctima del Amor Misericordioso”. Pero la palabra “víctima”, mete miedo a todo el mundo. Ella no habla de la justicia divina. Pero dice: “Yo soy demasiado pequeña para todo eso. Yo me ofrezco como víctima del Amor Misericordioso”. Y con el Amor Misericordioso, no hay peligro, ¡No debemos tener miedo del Amor Misericordioso! Lo único que puede hacer, es provocar en nosotros una intensidad de amor tal, que, finalmente, nos consumamos con él, y que con ello nos purifique; y también, unidos a sus sufrimientos, esto purifica un poco los pecados del mundo»[30].
Y añadía por su parte: « ¡Abandonaos al Amor misericordioso! Ofrecerse como víctima de la Justicia divina, es aterrador; mientras que podemos, con toda confianza, abandonarnos a este Amor misericordioso »[31].
En otra enseñanza, Pierre Goursat explicaba que la vocación del Emmanuel es ser “pequeños”, y que debemos dejarnos consumir por el fuego del amor de Dios, como Teresita, cuyo mensaje se dirige a las “almas pequeñas”. Decía:
« En esta purificación que aporta el amor ardiente del Señor en su Corazón, arden todos los pecados. Es un gran fuego de gozo. Todo arde, todo se consume, todo se transforma. Así que, esto es lo que tenemos que pedirle al Señor. Porque Teresa pidió que una legión de almas pequeñas, muy simples, muy menudas, muy débiles, pudiera ofrecerse por los pecados del mundo; pero también para aliviar el sufrimiento del Corazón del Señor. No para merecer por los pecados del mundo, como las víctimas de antaño; sino, simplemente, porque este Amor inmenso no es comprendido, no es amado »[32]. Puede verse aquí una reminiscencia del grito de san Francisco de Asís, recorriendo en la Edad Madia las calles de su pequeña ciudad, mientras gritaba « ¡el Amor no es amado… el Amor no es amado! ».
Conclusión
Nuestra vocación de bautizados es cooperar con la obra de salvación que Cristo ha venido a realizar. Y para responder a nuestra llamada en la Comunidad del Emmanuel, el Señor desea que le ofrezcamos nuestra vida, como nos invita San Pablo: « Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestra persona como víctima viva, santa, agradable a Dios: éste es el culto espiritual que pide de vosotros» (Romanos 12, 1).
Para resumir lo que he tratado de deciros en esta enseñanza, podemos constatar que el itinerario espiritual que siguió Pierre Goursat, y que nos invitaba a vivir, es –como hemos visto– muy cercano al de Santa Teresa del Niño Jesús. Podría resumirse en etapas siguientes: arder de amor, “tener sed” de almas, hacer pequeños sacrificios, unirse a Jesús que sufre en la cruz por la salvación de los hombres, y ofrecerse al Amor Misericordioso.
Desmarcándose de un cristianismo austero y moralizador, Pierre Goursat quiso, como Teresita, poner el acento en el Amor misericordioso que nos purifica, nos inflama con el fuego ardiente de la caridad divina y quiere abrasar el corazón de todos los hombres. Pierre, lo hemos visto, estaba inflamado por este amor del Señor y es, sin duda, lo que verdaderamente nos ha marcado, por encima de todo, a cuantos le hemos conocido o escuchado. Nadie, me atrevo a decir, quedó indemne. Porque Pierre, no solamente hablaba mucho de este tema que he desarrollado, sino que se sentía que, más allá de sus palabras, lo vivía, y que ardía profundamente de amor. Se dejó consumir como esa zarza ardiente, afín de que su vida sirviera para la salvación del mundo.
En la enseñanza siguiente, os hablaré de la compasión de Pierre, fuente de su caridad hacia todos, en especial hacia los pobres y las personas en grave dificultad.
Y esta compasión de Pierre – se entiende – es la prolongación, la continuación, la consecuencia directas del hecho de haberse dejado inflamar de amor por Señor. Cuando nos dejamos inflamar por el Señor, sentimos compasión; y cuando nos compadecemos verdaderamente, buscamos cómo amar, en actos y de verdad.
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[1] Intervención durante una sesión de Paray-le-Monial, julio 1977.
[2] Sesión de Paray-le-Monial, julio 1977.
[3] Retiro de la Fraternidad de Jesús en Paray-le-Monial, 9 agosto 1978.
[4] Retiro de la Fraternidad de Jesús en Paray-le-Monial, 30 diciembre 1982.
[5] Retiro de Fraternidad de Jesús, 29 julio 1980.
[6] Catecismo de la Iglesia Católica, n° 1821.
[7] J. Vinatier, Le cardinal Suhard, l’évêque du renouveau missionnaire, Le Centurion, 1983, 378-379.
[8] Cf. Jean Vinatier, Le cardinal Suhard, l’évêque du renouveau missionnaire, 1983, 347.
[9] Enseñanza durante el retiro de Fraternidad de Jesús en Paray-le-Monial, diciembreNinguna 1980.
[10] Enseñanza a los miembros de las asambleas de oración de París, 13 marzo 1976.
[11] Notas preparatorias para una enseñanza, 4 de junio 1980.
[12] Enseñanza durante un fin de semana comunitario en París, 25 enero 1981.
[13] Enseñanza durante un fin de semana comunitario en Paris, 25 enero 1981.
[14] Retiro de la Fraternidad de Jesús en Paray-le-Monial, domingo de Pascua, 11 abril 1982.
[15] Retiro de la Fraternidad de Jesús en Paray-le-Monial, verano 1983.
[16] Retiro de la Fraternidad de Jesús en Paray-le-Monial, finales de diciembre 1980.
[17]Fin de semana comunitario, 25 enero 1981.
[18] Enseñanza durante un fin de semana comunitario, 20 septiembre 1981.
[19] Retiro de la Fraternidad de Jésus, Pascua 1982.
[20] Grabación durante un fin de semana comunitario, 4-5 abril 1981.
[21] Enseñanza durante un fin de semana comunitario, 15 junio 1980.
[22] Fin de semana comunitario, 17 abril 1982.
[23] Fin de semana comunitario, 21 junio 1981.
[24] Retiro de la Fraternidad de Jesús, Pascua 1982.
[25] Cf. intervención en Paray-le-Monial durante un retiro de la Fraternidad de Jesús, agosto 1979.
[26] Intervención durante una sesión de Paray-le-Monial, 17-22 julio 1976.
[27] Enseñanza en Paray-le-Monial durante el retiro de la Fraternidad de Jesús, agosto 1978.
[28] Retiro de la Fraternidad de Jésus en Paray-le-Monial, Pascua 1978.
[29] Cf. enseñanza en Burdeos, 20 junio 1988.
[30] Retiro de la Fraternidad de Jesús en Paray-le-Monial, principios de agosto 1979.
[31] Fin de semana comunitario, 25 enero 1981.
[32] Fin de semana Emmanuel, 22-23 noviembre 1975.