Francis Kohn
Rezar para vivir la unión con Dios
En esta enseñanza vamos a ver que la oración era esencial para Pierre Goursat, que era el fundamento de su vida.
Para comenzar, preguntémonos por el sentido de la oración cristiana.
La cuarta parte del Catecismo de la Iglesia Católica está consagrada a la oración cristiana. Ésta, es presentada como un don de Dios (n° 2559-2561), como alianza (n° 2562-2564), como comunión (n° 2565). ¿Cómo definirla en pocas palabras?
La oración nos sitúa en presencia de Dios, del Dios vivo. Es un lugar de intercambio y de comunión en el cuál presentamos a Dios nuestra vida y nos ponemos a la escucha, para poder estar disponibles a su llamada. En el cristianismo, a diferencia de otras religiones, la oración no tiene por objetivo abrirnos a energías cósmicas, a la naturaleza, sino a Dios Padre, el Totalmente Otro, el Todopoderoso. Él es transcendente, nos sobrepasa infinitamente; pero se ha revelado a los hombres en la historia y desea revelarse a cada uno de nosotros personalmente. Dios se nos ha unido por la Encarnación de su Hijo, Jesús, que ha asumido nuestra humanidad, se ha hecho uno de nosotros, ha venido entre nosotros como un niño pequeño, débil y vulnerable.
La oración cristiana nos pone en relación con una persona, Jesús.
En todos los momentos importantes de su ministerio público, Jesús oraba a su Padre; en ocasiones, toda la noche, como por ejemplo, antes de elegir a sus 12 Apóstoles (cf. Lc 6, 12-13). O se levantaba antes de amanecer, para ir a orar a un lugar desierto (cf. Mc1, 35); o se iba al monte, como antes de su Transfiguración (cf. Lc 9, 28). De la misma manera que mantenía en su oración una íntima comunión con su Padre, igualmente, cuando dedicamos tiempo a Jesús rezando, reforzamos nuestra relación personal con él, y entramos con él en una familiaridad, en una intimidad especial. Con nuestra fidelidad a la oración, manifestamos a Jesús nuestra adhesión y nuestro amor, nuestra determinación de seguirle. La oración abre en nosotros espacios interiores. Es necesaria para que se la gracia santificante se despliegue y actúe en nosotros, y vaya así, poco a poco, transformándonos, renovándonos, unificándonos, santificándonos.
-I) Para Pierre Goursat, la oración era una prioridad vital
Cuando Pierre Goursat se convirtió a los 19 años, comprendió que Dios le llamaba a ser un adorador. A partir de entonces, empezó a tomar cada día largos ratos de oración, que fueron configurándole progresivamente a Cristo y estableciéndole en una profunda relación de intimidad con él. Cuando se ocupaba de la pensión de familia, entre 1940 y 1950, iba a orar a la iglesia Saint-Philippe du Roule, donde le llevaba su madre a misa cuando era niño. Iba a menudo también, por entonces, a dos lugares donde estaba expuesto el Santísimo día y noche: la capilla de los padres del Santísimo Sacramento -en la calle Friedland, cercana a su domicilio-, y la basílica del Sagrado Corazón, en Montmartre.
En los inicios de la Comunidad, fue en dos otros lugares ligados a la adoración eucarística, donde Pierre decidió implantar las primeras “maisonnées” residenciales, -en las que vivía con algunos jóvenes-, afín de ayudar a las religiosas, a las que ya no les era posible, solas, asegurar una presencia ante el Santísimo expuesto día y noche: en 1974, en Gentilly, -parroquia de la Ciudad Universitaria, a las puertas de la capital-, y en 1975, en la calle Gay-Lussac, “en el barrio latino”, en el corazón de París. En este periodo, como a continuación en la Péniche, donde se instaló en 1978 con sus colaboradores cercanos, Pierre oraba largamente cada día. En medio de todas sus actividades (en su vida profesional y, después, en la Comunidad), experimentaba la necesidad imperiosa de encontrarse, en soledad, con su Señor. La oración era el lugar donde Pierre descansaba en Dios, se exponía a su presencia vivificante y cargaba el depósito de ese oxígeno indispensable para la vida espiritual; pues « la oración era su respiración, su vitalidad », dice una hermana de comunidad. La efusión del Espíritu intensificó aún más su sed de oración. Ya no podía prescindir de ella, a pesar de las innumerables solicitaciones que le acaparaban.
En 1972, Pierre escribía estas líneas a un sacerdote: « Tengo necesidad física de oración, de meditación; si no, me asfixio y me vuelvo triste. En el momento en que vuelvo a ella, la alegría, la paz y la luz regresan […]. No se trata ya únicamente de un tiempo de oración [que me es necesario], debería permanecer continuamente con Jesús »[1].
Martine Catta, que vivía con Pierre en la Péniche, escribe en su libro Paroles:
« Lo que impresionaba en él, de forma permanente, por encima de todo, era que irradiaba del interior, a la vez, una alegría simple y un fuego que le penetraba y englobaba toda su humanidad. Estaba habitado como por una Presencia interior que, sin duda alguna, le colmaba -fueran cual fuesen las situaciones- y a la escucha de la cual, permanecía continuamente […] Algo de esta Presencia traslucía siempre, y Pierre desaparecía tras ella. Se percibía que deseaba hacernos entrar en el misterio que él vivía […] »[2].
Un sacerdote externo a la Comunidad, que encontró a Pierre Goursat varias veces, dice también de él: « No estaba centrado en sí mismo, sino en Otro; llevaba en sí una Presencia ».
-1) La oración no es una opción, sino una prioridad de la vida cristiana
San pablo escribía: « Sed asiduos a la oración; que ella os mantenga vigilantes en la acción de gracias » (Col 4, 2). Para Pierre Goursat, la oración personal ha sido siempre esencial ¿Cómo la vivía, y qué decía de ella?
La oración era la expresión del amor que Pierre tenía a Dios. Y ella prevalecía sobre todo lo demás. Cuando Pierre oraba, se ponía totalmente en manos de Dios, con el ardiente deseo de conformarse a su voluntad y de orientar toda su vida según la luz divina. Hablaba mucho del amor de Dios y conducía a sus hermanos hacia Él. El tiempo que daba a Dios en la oración, era la expresión de su inmenso amor por Él, como lo expresan numerosos testimonios de hermanos y hermanas que lo conocieron bien, que vivieron o trabajaron con él. Citaré algunos: « Su adhesión a Dios se manifestaba en el hecho de que Dios primaba siempre con respecto a todo lo demás », dice uno. Y otro, precisa: « Lo que le identifica muy claramente, es su adhesión personal a Cristo, tanto en su manera de ser, como en su oración y su forma de expresarla […]. Decía a menudo: “¡Tenemos que amar a Jesús!” ».
Para Pierre, la oración era un encuentro de amor con Jesús. Escribía: « Orar, es amar a Jesús. Es concederle una conversación. Podríamos pensar que es Él quien acepta concedérnosla. ¡Pues bien, no! Él nos espera ahí siempre, día y noche, sin cansarse. Y somos nosotros los que no le recibimos. Así que, cuando aceptamos hacerlo, ¡podéis imaginar su alegría y lo bien que nos recibe! »[3].
En el mundo ruidoso y agitado en el que vivimos, es necesario tener « pausas de oración », detenerse para tomar ratos prolongados de recogimiento en silencio. Nuestra relación con Cristo se fortifica día tras día en la oración personal. Por eso, Pierre nos exhortaba con fuerza a buscar tiempo para orar largamente. Decía: « Una cosa extremadamente importante, es la oración personal. Si no alcanzáis a rezar media hora cada día, estáis perdidos, ¡estáis completamente perdidos! »[4]. Pero, ¿cómo liberar tiempo para Dios en nuestra agenda, a menudo, sobrecargada? Cuando se le presentaba esta objeción, Pierre respondía que « ¡Orar, no es perder el tiempo, sino ganarlo! ».
Aconsejaba a cada uno examinar con atención sus actividades, para suprimir las que no fueran esenciales. Relataba lo que San Francisco de Sales había respondido a un obispo que le había confiado estar demasiado ocupado para orar cada día ni siquiera una hora. Le decía: « ¡Pues bien… en ese caso, rezad dos horas! »[5]. Pierre nos invitaba a no faltar por ninguna causa a este encuentro importante de nuestra jornada. Y, para ello, preverlo con antelación, anotarlo en la agenda, tras haber considerado, la víspera, el momento más oportuno, para no perderlo.
La oración es fuente de gracias, pero es también, en ocasiones, un combate: Primeramente, para ser fieles a ella cada día. Pero, igualmente, para no dormirse cuando se está fatigado y conservar nuestro espíritu concentrado en el Señor, durante la hora que le consagramos. Corremos el riesgo de desanimarnos cuando conocemos la “sequedad” o nos asaltan las distracciones. Pierre confiaba que a veces le costaba permanecer unido a Jesús y que se apoyaba, entonces, en aquellos con quienes oraba ante el Santísimo.
Pierre aclaraba que a veces se dormía durante la oración; y decía con humor que, en esas ocasiones, « roncaba como un tronco »[6] que chisporrotea en la chimenea.
Le cito: « Cuando uno se encuentra bien torpe, bien seco, no está nada mal ponerse a los pies del Señor y decirle: “Soy un buen tronco; hazme arder a fuego lento… Yo me arrullo poco a poco… y me duermo lentamente”. Cuando roncamos, el otro [el hermano que reza a nuestro lado] nos dice: “¡Atención, que te duermes!”. Pero es sencillo. Tenemos que decirnos: “Adoramos. Estamos aquí para estar presentes. Y eso es todo”. Así que… es más bien, descansado, ¿no? Porque, en cambio, solos en nuestra habitación, damos, más bien, vueltas en redondo, diciéndonos: “¿Pero, qué hago aquí…?” »[7].
-2) Orar sin cesar, en toda circunstancia, para vivir la unión con Dios
San Pablo escribe: « Siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos » (Ef 6, 18) y también: « Estad siempre alegres. Orad sin cesar. Dad gracias a Dios en toda circunstancia, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. » (1 Tes 5, 16-18). Haciendo suyas estas exhortaciones, Pierre decía: « Tenemos, pués, que rezar, ¡rezar sin cesar!, lo sabéis bien ». Y con gran sentido común, añadía: « la cosa está en hacerlo…. »[8].
Para Pierre Goursat, vivir en comunidad es una gracia que nos sostiene y nos anima en la oración. Y hay que aprovechar, por ello, todas las ocasiones en las que podamos rezar juntos, y estimularnos así a crecer en el amor al Señor. Os pongo un ejemplo. En el verano de 1979, Pierre organizó un retiro de la Fraternidad de Jesús en Tierra Santa. Un episodio marcó a todos los peregrinos. Habiendo ya tomado un largo tiempo para rezar junto al pozo de Jacob, en Siquem, el sacerdote ortodoxo guardián del lugar nos pidió que partiésemos. Acabábamos, apenas, de llegar a los autocares, cuando Pierre nos detuvo y comenzó a exhortarnos vivamente: « Pero… ¿os dais cuenta del lugar en el que estáis? ¡Es el encuentro con la Samaritana, el encuentro con el Señor, el Espíritu Santo! ¡Os estáis perdiendo lo esencial! ¡Volved a rezar! ». Lo vemos: para Pierre, la oración pasaba ante todo.
Pierre meditaba a menudo el capítulo 15 del evangelio de San Juan, en el que Jesús dice a sus discípulos: « Permaneced en mí, como yo en vosotros… El que permanece en mí, y yo en él, ése da mucho fruto; porque fuera de mí, no podéis hacer nada » (Jn 15,4-5). Comentaba estos versículos en sus enseñanzas y afirmaba: «El secreto está en permanecer en su amor. Nos pide: “permaneced”. Es una orden, un consejo. ¡Es esto lo esencial! »[9]. Insistía sobre este punto: « la finalidad, lo importante, es la unión con Dios »[10].
Nos impresionaba contemplar cómo trataba de vivir la unión con Dios en todas las circunstancias. Pierre nos decía: « El objetivo es llegar a la oración continua, pero sin tensión. Los enamorados siguen con su trabajo, pero piensan todo el tiempo, sin parar, en el otro. ¡Pues bien, nosotros estamos enamorados de Jesús! Y, poco a poco, llegamos a pensar en él en todo momento. Y, estemos donde estemos, rezamos el rosario, alabamos. ¡Es un gozo continuo!.»[11].
Pierre nos recordaba que el activismo es el gran peligro que nos acecha continuamente, en particular en la Comunidad, en la que estamos llamados a servir a nuestros hermanos, a evangelizar, a ejercer la caridad con los más desfavorecidos. Para él, la oración era el antídoto, el remedio contra esta tentación del activismo. Todo lo que hagamos, incluso con generosidad, no puede dar fruto si no vivimos una profunda relación con Jesús: « Lo esencial, -decía Pierre- es el Señor, es la vida interior, la adoración, la oración. Si no vivimos en oración, en adoración […], todo lo demás no sirve para nada ».[12] Y añadía: « Me gusta mucho ese “sin mí no podéis hacer nada”, es impresionante, es radical… [sin Jesús] no podemos hacer nada. Así que no tenemos por qué preocuparnos, sino ¡decirnos que no podemos hacer nada! Tenemos, por tanto, que pedírselo todo al Señor. [13].
Para Pierre Goursat la oración no era una actitud formal, estática. Consistía en permanecer en silencio bajo la mirada de Dios, unido a Cristo, ya fuese acostado en su cama, contemplando el gran crucifijo que apoyaba sobre su pecho, o arrodillado en la capilla, ante el sagrario. Para él, lo importante era contemplar a Jesús en toda circunstancia, reconocer su presencia en el Santísimo Sacramento expuesto, al igual que en cada persona que venía a pedirle consejo. Lo que contaba era vivir la unión con Dios, objetivo de la vida cristiana.
-II) La oración puede tomar distintas formas
Las principales son la alabanza, la oración, la adoración eucarística, la intercesión, la súplica, el rosario, la meditación de la Palabra de Dios. Pierre las practicaba. Y me gustaría presentaros, a continuación, lo que caracterizaba a Pierre como orante, como adorador.
-1) La vida de Pierre Goursat estaba impregnada profundamente del misterio eucarístico
-a) La eucaristía cotidiana era esencial, capital, vital, para Pierre Goursat
Asistió a misa cada día, mientras le fue posible. Vivía cada misa con una gran intensidad e irradiaba de la presencia divina que lo habitaba. La misa era su “viático”, su alimento para la ruta, del que no podía prescindir. Una hermana de Comunidad, que lo conoció muy bien, dice: « Era su manera concreta de unirse a Cristo ». Pierre tenía una fe profunda en la presencia de Cristo en la misa y nos la transmitía.
A todos los que pudieron participar en una misa con Pierre Goursat, les impactó su actitud de gran recogimiento. Dos mujeres de la Comunidad, que se ocuparon de él al final de su vida, testifican que la vivía intensamente, « completamente concentrado en el misterio de la Eucaristía »; y que « entraba enteramente en la celebración, sin ostentación alguna; el cuerpo seguía al corazón ». Al final de su vida, a pesar de estar muy fatigado y marchar con dificultad, hacía un gran esfuerzo para arrodillarse ante el sagrario y luego se prosternaba largamente ante el Santísimo, con un gran respeto, inclinando un poco la cabeza, en una actitud de profunda humildad, manifestando así la radicalidad del don de su persona y su amor por la presencia eucarística.
-b) La adoración eucarística es la prolongación de la misa
Pierre Goursat oraba mucho: por la mañana, en su habitación. Por la tarde y después de cenar, descendía al pequeño oratorio habilitado en la popa de “la Péniche”, en el sótano. Hacía oración durante varias horas, hasta muy tarde. A veces, permanecía toda la noche en adoración. En la adoración eucarística, Pierre maduraba sus intuiciones, obtenía su fuerza, encontraba su reposo y la alegría de permanecer en presencia del Señor. Decía:
« Esta alegría, la encontramos verdaderamente en la adoración de la Eucaristía »[14].
Pierre « se definía como un adorador », era « un adorador de rodillas ». Y cuando se le veía orar así, uno se sentía empujado a hacer lo mismo. Su sólo ejemplo era comunicativo.
Pierre pasaba, a veces, algunos días con familias de la comunidad, en París o en otra región. A un matrimonio que había recibido del obispo la autorización de tener la presencia real en su casa, le impactó profundamente el hecho de verlo pasar largas horas ante el sagrario. Dice que « verlo orar, era conmovedor », que les ayudaba a sumergirse en la oración. Y que a sus hijos, por entonces pequeños, también les influyó mucho.
Numerosos hermanos y hermanas de comunidad dicen haber comprendido lo que era la oración, orando junto a Pierre y viéndole absorbido en ese corazón a corazón:
« En la adoración, decía Pierre, el Señor nos habla corazón a corazón y nos instruye dulcemente, como hacía con María [de Betania]. Ella había elegido la mejor parte. El Señor nos ha hecho elegir la mejor parte »[15].
En contacto con él, descubrimos lo que es la oración, la importancia de tomar cada día un tiempo de oración personal, que nos permita entrar en una relación fuerte de intimidad y de amistad con Cristo, comprendiendo mejor esta palabra suya, en el evangelio de san Juan:
« Ya no os llamo siervos, sino amigos, porque todo lo que me ha revelado mi Padre, os lo he dado a conocer » (Jn 15, 15).
Pierre quería que la misa y la adoración eucarística fuesen el fundamento de la vida espiritual de los miembros de la Comunidad del Emmanuel. Nos pedía que la viviésemos cotidianamente, si era posible. Proponiendo la adoración ante el Santísimo expuesto día y noche, tanto durante los encuentros de la Renovación Carismática, como en Paray-le-Monial, Pierre Goursat fue uno de los primeros artífices de la rehabilitación del culto eucarístico en Francia, en los años 70-80, en un periodo en el que había sido ampliamente abandonado. Monseñor de Monléon afirmaba: « Pienso que si la adoración al Santísimo ha vuelto a Francia, es gracias a Pierre. Es Pierre quien la ha introducido en la Renovación, porque los únicos lugares donde se continuaba adorando todavía un poco [en París], eran Montmartre y la calle Gay-Lussac »[16].
-2) La importancia de la alabanza, que fortifica la fe y la esperanza
En la enseñanza sobre la humildad, he evocado ya brevemente la oración de alabanza. Voy a completar lo que dije. Pierre vivía esta oración de alabanza con sus hermanos y hermanas de comunidad y les empujaba, les estimulaba a alabar a Dios. La alabanza es, en primer lugar, una oración gratuita, una acción de gracias. Pero puede ser también una oración de intercesión, que abre nuestro corazón a la misericordia. Alabar a Dios, es manifestar su Señorío, su presencia que obra en nuestras vidas. Pierre nos invitaba a alabar a Dios con fuerza, para interceder por el mundo y por todos los que sufren. Subrayaba que la alabanza es la expresión de la esperanza. En la alabanza, alabamos a Dios por lo que no vemos aún realizado. Animaba a sus allegados a confiarse a Dios en la alabanza. Decía: « La alabanza hace crecer la esperanza ».
San Pablo nos exhorta: « Estad siempre alegres, orad sin cesar, dad gracias en toda circunstancia: es la voluntad de Dios en Cristo Jesús » (1 Tes 5, 16-18). Pierre Goursat explicaba la importancia y los beneficios de la oración de alabanza:
« Alabar, cuando cantamos con alegría o cuando sufrimos, nos enseña, poco a poco, a alabar continuamente… Es el antídoto absoluto contra el mal, especialmente en la época actual, sumida en la desesperanza »[17]. Afirmaba también: «Debemos decir, de verdad, con san Pablo: “Somos vencedores en Aquél que nos fortifica” (cf. Rm 8, 35.37; Fil 4, 13) […]. Jesús está en medio de nosotros y nos salva continuamente. Estamos gozosos porque nos sabemos ya resucitados con él, salvados en Espíritu y en verdad; y que el Señor está aquí, en el amor… ¡Es la historia del amor! »[18].
Pierre Goursat vivía vuelto hacia el cielo, orientado hacia la vida eterna. Un hombre que lo conoció bien, dice: era « visionario, miraba a la vez al cielo y a la tierra, y nada le parecía imposible». Esta alegría profunda que animaba el corazón de Pierre, tenía su origen en la contemplación del cielo, pues « para él, la vida eterna, era el gozo». Lo que le importaba, era « abrir las puertas de esta vida eterna a los otros», ayudándoles a tomar conciencia de la presencia de Cristo resucitado en sus vidas. Presencia actualizada en la gracia de Pentecostés. Esperaba la vida eterna que, para él, « era la alabanza plena ».
Pierre Goursat invitaba sin cesar a la esperanza. Decía: « El Señor es bueno, hay que confiar ». Estaba convencido de que « con la oración, podemos alcanzarlo todo ». Cuando alguien atravesaba dificultades o tenía momentos de desaliento, le aconsejaba ir a rezar y confiarse al Señor; pues, « para él, ninguna causa era desesperada, y Dios no podía abandonarnos ». Pierre comunicaba a todos esta esperanza que le animaba, seguro de que Dios se ocupaba de sus hijos.
En las discrepancias y contrariedades, Pierre no se desanimaba y continuaba alabando al Señor. Contaba a un hermano, pariente suyo, este episodio de la vida de María de la Encarnación: la escuela que había construído en Quebec, estaba ardiendo. Pierre le precisaba que mientras estaba en éxtasis, unida a Dios, en el frío y la nieve, continuaba rescatando personas del edificio que desaparecía entre las llamas. Este hermano dice: « La fe se expresaba en Pierre a través de la alabanza, en las cosas fáciles, como en las difíciles, en las circunstancias favorables, como en las desfavorables […]. Estimulaba la esperanza a través de la alabanza, pues, fuesen las cosas bien o fuesen mal, nos empujaba a alabar. Cuando estábamos desanimados, nos decía que volviésemos a la alabanza, para que la esperanza renaciese ».
Pierre invitaba, a quien tenía dificultad para rezar, a reunirse con otros hermanos; o a alabar juntos por teléfono -si estaban lejos unos de otros- a fin de estimularse mutuamente. Decía:
« Debemos creer en este poder extraordinario de la oración. Y orar verdaderamente con fe, todos juntos. Porque es con la fe como el mundo se transforma. Y cuando una comunidad reza como rezábais hace un instante, se crea una atmósfera de oración y de amor. Podemos decir, entonces, “Señor, perdemos media hora para estar contigo todos juntos, porque creemos que tú eres el Dios de gloria, el Dios de amor. Y queremos rendirte este homenaje, aunque el mundo no rece, un mundo completamente en tinieblas. Nosotros, en cambio, rezamos”. Pues bien… ¡esto representa una fuerza inmensa! […] »[19].
-3) La oración de intercesión o de súplica
El Catecismo de la Iglesia Católica, dice: « La intercesión es una oración de súplica que nos configura de cerca a la oración de Jesús. Él es el único Intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, en especial de los pecadores » (n° 2634).
Cristo es «el único Intercesor », porque se ofreció por nosotros, una vez por todas, en la Cruz (cf. Hb 7, 27). La epístola a los Hebreos precisa que Cristo es el gran sacerdote, el Sacerdote por excelencia, « capaz de salvar de forma definitiva a los que, por él, se acercan a Dios, porque vive para siempre, para interceder en su favor » (Hb 7, 25).
Jesús nos lo asegura: « Todo lo que pidáis en la oración, creed que ya lo habéis obtenido, y se os dará » (Mc 11, 24). No se trata de insistir, inundando a Jesús con nuestras súplicas, todo el tiempo de la oración… ¡Él conoce lo que necesitamos, lo que el mundo necesita! Pero desea asociarnos a su obra de salvación, haciendo de nosotros intercesores. Por la intercesión, nos descentramos de nosotros mismos, confiando a la Misericordia de Dios, a todos los que sufren y necesitan ser reconfortados. En cada misa dominical, hacemos esta oración de intercesión. Y, como nos sentimos, con frecuencia, impotentes, hemos recibido el Espíritu Santo, que es el “Paráclito”, es decir, el “Abogado”. Él defiende nuestra causa, y la de todos los hombres, ante el Padre. San Pablo dice: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque no sabemos orar como conviene. El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables » (Rm 8, 26-27).
-4) Una oración confiada, que se expresa con el abandono a la Providencia
Pierre tenía una confianza sin límites en Dios, que se traducía poniéndose completamente en sus manos y abandonándose totalmente a la Providencia. Estaba siempre sereno, sin inquietud, incluso en las situaciones difíciles; porque vivía el instante presente y no se preocupaba por el mañana; se tratase de cuestiones espirituales, prácticas o financieras. Vivía muy concretamente esta palabra de Jesús:
« No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué lo vestiréis. ¿La vida, no vale más que el alimento, y el cuerpo, más que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni cosechan, ni amasan en los graneros, y vuestro Padre celeste los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? » (Mt 6, 25-26). Numerosos ejemplos ilustran este abandono a la Providencia. He aquí algunos, entre tantos otros:
Pierre Goursat había adquirido una vieja barcaza para acoger a marginados, pero no tenía dinero para los trabajos de acondicionamiento. Pedía al Señor que proveyera a sus necesidades. Gracias a intervenciones totalmente providenciales, los materiales de construcción fueron donados por varias empresas, lo que le permitió continuar la obra.
Para el premier encuentro de la Renovación Carismática en Vézelay, en 1974, faltaban lugares y equipamiento para albergar y dar de comer a los centenares de participantes esperados, pero « Pierre continuaba con una esperanza absoluta». Animaba al hermano de comunidad encargado de la organización, diciéndole: « ¡No te preocupes, que tendrá lugar! ». Y, de hecho, todo lo necesario llegó providencialmente en aquellas semanas.
En 1976, Pierre Goursat pidió a la Virgen María una casa en Lourdes para la Comunidad. Y fue escuchado en unos días.
Evocaré ulteriormente el vínculo íntimo que tenía Pierre con la Virgen María. Menciono sólo aquí que concedía una gran importancia a la oración del Rosario. Siempre tenía un rosario junto a sí. Lo rezaba con mucha intensidad y emoción, lo cual nos impresionaba profundamente. Comenzaba y terminaba sus encuentros, reuniones de trabajo y enseñanzas, rezando siempre un Avemaría.
-5) La meditación de la Palabra de Dios
Cada día, por la mañana pronto, Pierre tomaba un tiempo para leer la Biblia en su habitación. Tenía una inteligencia, un conocimiento sabroso y una gran profundidad de comprensión de la Palabra de Dios. Una persona que frecuentó los grupos de oración del Emmanuel en los años 70, dice: « Pierre estaba empapado de la Palabra de Dios; la leía, era su luz y se dejaba iluminar por ella. ». Hasta el final de su vida, Pierre Goursat tuvo siempre una biblia a su lado; y cuando salía, llevaba une pequeña “biblia de bolsillo”. Una hermana de comunidad que trabajó junto a él en la Péniche, subrayaba: « La Palabra de Dios era muy importante para él […]. No utilizaba la Palabra, vivía de ella ». Todas sus conversaciones espirituales estaban impregnadas de la Palabra de Dios, por la cual estaba modelado y que citaba de memoria. Siempre hacía referencia a ella y nos incitaba a leerla, a meditarla y a practicarla. Pierre nos comunicó este amor a las Escrituras. Subrayaba la importancia de alimentar la oración con lecturas espirituales y con la meditación de la Escritura. Escribía: « Un día, todas estas palabras oídas cien veces, producen bruscamente en mí un efecto sobrecogedor. Las palabras de Jesús son palabras de vida »[20].
Pierre nos invitaba, pués, a tomar en serio lo que Dios nos dice (en nuestra vida personal y comunitaria) y a releer estas palabras para comprender su significado. Durante muchos años, el grupo de oración de la Asunción -que había comenzado en 1973 en París- reunía a mucha gente. En algunas semanas, se vino abajo, y Pierre decidió cerrarlo, indicando a continuación que el Señor había dado numerosas palabras sobre la evangelización y que los responsables y los participantes no las habían considerado seriamente.
En 1977, Pierre Goursat propuso a Florence Servois, -miembro de la Comunidad- viajar a Estados Unidos para participar en el retiro de una comunidad carismática católica. Se invitaba cada día a los participantes a compartir con los demás la Palabra del Señor que habían recibido personalmente. Para Florence, fue un descubrimiento que la impactó profundamente. De vuelta a París, refirió lo que había vivido a Pierre, que fue igualmente interpelado por ello. Al día siguiente, la dijo: « Desde ahora, vamos a hacerlo ».
Pierre instituyó enseguida en la Péniche este compartir cotidiano de la Palabra, para los que trabajaban allí. Y esta puesta en común de la Palabra se introdujo, también, en las reuniones de “maisonnée” de la Comunidad. Pierre pedía a cada uno que llevase un « cuadernillo de Palabras », para anotar las palabras de la Escritura que recibíamos en la oración y que nos habían interpelado.
Decía: « Cuando compartimos la Palabra que nos ha tocado, que nos habita, no debemos comentarla ni dar un sermón. Tenemos que mostrar cómo ésta palabra nos convierte, de qué manera retorna nuestro corazón hacia el Señor ».
Pierre meditaba, « rumiaba » los mismos versículos de la Escritura, orando con ellos durante semanas. Viví con Pierre varios años. Le había impactado este versículo de Isaías: « No temas, Jacob, pobre gusanito; Israel, pobre mortal » (Is 41, 14), y, durante algunas semanas, compartía siempre en “maisonnée”: « ¡Soy un pobre gusanito… y me alegro de ello! ». Al final de su vida, compartía sin cesar la misma Palabra: « Dios es amor ».
Término de la vida de Pierre Goursat: enterrado en la oración
Tras haber decidido dejar la responsabilidad de la Comunidad, a finales de 1985, se abrió una nueva etapa para Pierre Goursat. Los últimos años de su vida significaron un desaparecer en el silencio y la oración, a través del cual Pierre se preparaba al encuentro con Dios. « Se “hundió”, en aquel momento, en la oración; hizo un verdadero camino espiritual ». Uno de sus hermanos de comunidad de la primera hora, dice: « Desde que Pierre dejó el gobierno de la Comunidad, adoraba cada vez más […]. Pienso que entró en el silencio contemplativo de san Juan. Se le percibía pacificado, ya no decía nada […] ».
Desde entonces, la salud de Pierre no cesó de degradarse progresivamente. Rezaba cada vez más, pasaba mucho tiempo en adoración, en el oratorio de la Péniche. Voy a deciros algunas palabras sobre el final de la vida de Pierre Goursat, final que marcó para él una etapa importante, porque cuando dejó su cargo de moderador, en diciembre de 1985, se enterró más que nunca en la oración. Pierre permaneció en la Péniche, en medio de las actividades, orando por todas ellas. Una nueva etapa de la vida se abrió, en ese momento, para él. Los últimos años de su vida significaron un desaparecer en el silencio y la oración, en que Pierre Goursat se preparaba al encuentro con Dios. « Se “hundió”, en aquel momento, en la oración; hizo un verdadero camino espiritual ». Uno de sus hermanos de comunidad de la primera hora, dice: « Desde que Pierre dejó el gobierno de la Comunidad, adoraba cada vez más […]. Pienso que entró en el silencio contemplativo de san Juan. Se le percibía pacificado, ya no decía nada […] ».
Desde entonces, la salud de Pierre no cesó de degradarse progresivamente. Rezaba cada vez más, pasaba mucho tiempo en adoración, en el oratorio de la Péniche.
Voy a contaros una pequeña anécdota. En 1989 Pierre se rompió el cuello del fémur en Paray-le-Monial y, a partir de ese momento, se quedó allí. Un hermano joven de la comunidad, era cirujano en Tours y Pierre fue, por ello, enviado a Tours para que le operase. La operación salió bien y Pierre se recuperaba lentamente. Este hermano de comunidad debía pasar visita cada día a muchos pacientes y pasaba también, cada mañana, a saludar a Pierre para darle alguna noticia y ver cómo se encontraba. Le impactó mucho, un día, la puntualización de Pierre, que le había preguntado: « ¿qué haces hoy? » Etienne, este hermano, le dijo: « voy a mi consulta ». Pierre, retomando su respuesta, le dijo: « No, vas a nuestra consulta… ». Etienne comprendió así que Pierre oraba por todos los enfermos de ese lugar. A pesar de estar muy fatigado, muy disminuído, mantenía constante esta caridad y sabía que el Señor podía responderle en la oración.
En 1990, no pudiendo ya descender a la capilla, recibió la autorización de tener en su habitación un pequeño sagrario con la Presencia real. Una hermana de comunidad que se ocupaba por entonces de él en la Péniche, fue marcada profundamente por la paz de Pierre, quien, a pesar de la degradación de su salud, no se quejaba jamás. Decía ella: « Estaba siempre en oración […]. Se le sentía en una gran intimidad con el Señor ».
Conclusión: la oración era la fuente del ardor misionero de Pierre Goursat
He mostrado hasta qué punto la oración personal era fundamental, vital, para Pierre Goursat, y que su objetivo era la unión con Dios. Estos largos ratos de oración que Pierre tomaba cada día, son la clave para comprender la gran fecundidad espiritual y misionera que tuvo, a pesar de estar enfermo desde su juventud y de que, toda su vida, su salud fue muy frágil. En la oración, en especial en la adoración eucarística, Pierre obtenía sus fuerzas físicas y su ardor apostólico.
Como testifican varios miembros de la comunidad, para Pierre, « la misión estaba indisociablemente ligada a la relación con Cristo », « la vida interior prevalecía sobre la vida apostólica, [y] su apostolado nacía de su contemplación de Cristo ».
Pierre Goursat había sido marcado por la lectura del libro El peregrino ruso, joya de la espiritualidad ortodoxa, que habla de “la oración del corazón”. Y Pierre nos explicaba: « La oración del corazón, es verdaderamente este fuego, este fuego de amor que arde. Es un fuego que nos es dado. De manera que podemos llegar a rezar sin dificultad, sin restricción »[21]. En las próximas enseñanzas, trataremos de profundizar en cómo este fuego ardiente de la caridad, que consumía el corazón de Pierre, era el origen de su compasión y de su celo por la salvación de las almas.
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[1] Proyecto de carta a un sacerdote, 1972.
[2] Martine Catta, Pierre Goursat. Paroles, París, Ediciones de l’Emmanuel, 2011, 87.
[3] Notas preparatorias para una enseñanza, finales de 1971.
[4] Fin de semana comunitariode los primeros compromisos comunitarios, 19 junio 1977.
[5] Cf. Retiro de la Fraternidd de Jesús, Paray-le-Monial, 30 diciembre 1977.
[6] Fin de semana comunitario, 21 junio1981.
[7] Fin de semana comunitario en Chevilly-Larue, 19 junio 1977.
[8] Sesión de Paray-le-Monial, 23 julio 1975.
[9] Enseñanza en Paray-le-Monial durante el retiro de la Fraternidad de Jesús, agosto 1978.
[10] Enseñanza durante una sesión de Paray-le-Monial, julio 1977.
[11] Sábado 18 de junio 1977, ensñanza previa a los primeros compromisos en la Comunidad.
[12] Enseñanza en Paray-le-Monial durante un retiro de la Fraternidad de Jesús, 31 diciembre 1979.
[13] Enseñanza en Paray-le-Monial durante un retiro de la Fraternidad de Jesús, 31 diciembre 1979.
[14] Enseñanza en Paray-le-Monial durante un retiro de la Fraternidad de Jesús, a principios de agosto de 1979.
[15] Retiro de la Fraternidad de Jesús en Paray-le-Monial, 30 diciembre 1982.
[16] Testimonio de Monseñor Albert-Marie de Monléon, 31 enero 1993.
[17] Enseñanza de Pierre Goursat, 1976.
[18] Enseñanza de Pierre Goursat, finales de diciembre 1980.
[19] Fin de semana comunitario, 21 junio 1981.
[20] Notas preparatorias para una enseñanza, finales de 1971.
[21] Enseñanza en Paray-le-Monial durante el retiro de la Fraternidad de Jesús, agosto 1978.